domingo, 31 de agosto de 2008

La bicicleta y la putica


Era una putica adorable de la calle Zanja. Una mulatica achinada famosa por sus dientes blanquísimos y por el mito que corría de boca en boca: “Cuando abre las piernas la miel se le chorrea”, cuchicheaba uno. “Tiene dientes en la vagina”, comentaba otro. “Ella no tiempla, deja ciego para siempre al Cíclope”, aseguraba el poeta del barrio. Era una putica salvaje que emboscaba extranjeros saltándoles al cuello en cualquier esquina hotelera como una tigresa hambrienta, para masticarles las ganas y perfumarles el cuerpo con el sudor ancestral de sus carnes. Era una putica que se sintió reina; cuando de tanto abrir las piernas la felicidad le regaló una bicicleta china, hecha por manos chinas, en la tierra donde alguna vez vivieron sus abuelos. Era 1994. El horror se humedecía en los apagones. La ciudad te asesinaba a cualquier hora. Y la gente buscaba la libertad o la fuga, que casi siempre es lo mismo, como náufragos sedientos tragándose el mar. La putica se sintió reina. Y rió con sus dientes blanquísimos en una noche sin luna llena. Una noche con una esquina, con dos animales ebrios que no eran lobos. Con dos salvajes que le despedazaron la sonrisa a chavetazos, para robarle su bicicleta y dejarla tirada en un solar yermo como una res destazada, esperando la salida del sol, mientras inmóvil, sin poder hacer nada, veía cómo la miel le corría por sus muslos a la espera de ser servida en el festín del infierno.