jueves, 8 de mayo de 2008

El Tiranicida

Crecieron su fama y su poder a la par que crecía, en mi imaginación, la intensidad del castigo que yo hubiera querido infligirle. Así, al principio me habría bastado con una derrota electoral, con una disminución del entusiasmo público. Anhelé, más tarde, su encarcelamiento; luego, su exilio a una isla lejana y chata, donde sólo se alzara una palmera, tal como un asterisco que nos remite al pie de un infierno eterno, hecho de soledad, humillación e impotencia. Hoy, finalmente, nada sino su muerte ha de aplacarme.
Vladimir Nabokov

lunes, 5 de mayo de 2008

Eclipse para los acólitos

Quién masculla tanto silencio y no deja
de castigar a la isla cercana y sola
hasta colmarla con un borde de oscuridad curva.

Pido más eclipse para los acólitos
ahora lejos, cerca,
y se irrigará mejor la luz, la aureola
de la razón que flota sin ganas
en el halo del martirio,
alcance mortal del odio, a toda alma
que se borra sobre el arrecife.

Pido más eclipse para los acólitos,
soledad en las lágrimas que se almidonan,
al palpitar en sus fotografías.
Y la pose cristalina del verbo hecho tribuno,
brillo que pudre los afectos más sagrados,
la mirada pétrea en el silencio .

Y la isla trastorna sus pasos sin sandalias. Malquerida,
impávida en los cuellos del desaliento,
sacrifica al ídolo sin entusiasmo
con un estilo gris, tedioso y lapidario.