¿Por qué Vallejo ha escrito “Trilce”? Era la pregunta que se hacía Luis Alberto Sánchez al comentar la edición del poemario al que consideraba un “libro incomprensible y estrambótico”. Una pregunta que hoy, 86 años después, tiene la misma respuesta: “Trilce” fue escrito para parir un nuevo imaginario poético en el que estallara una desconcertante, indagadora y desafiante expresión verbal, aún cuando Vallejo no se lo haya propuesto como proyecto estético.
“Trilce” fue engarzado palabra a palabra con la pasión de un orfebre meticuloso y perfeccionista. Dios le regaló el soplo de la vida con su aliento divino. Un invisible relojero suizo le armó su ritmo con una precisión endemoniada y fértil. Y un guerrero antiguo cabalgó en sus versos, para poder degollar con su cimitarra a la lógica, a la gramática e incluso a la ortografía cuando se hizo necesario.
Vallejo es el poeta del desgarramiento en soledad y al mismo tiempo es el poeta solidario, triste, desconsolado y vivencial que se apropia no del pesimismo del indio, como dijo Mariategui, sino de todo el pesimismo del hombre.
“Trilce” es eso, el pesimismo convertido en lírica punzante, en desgarradora puñalada en la conciencia finita de la historia y las tradiciones culturales. Y ese pesimismo se trasmuta en la invención del pesimismo poético contemporáneo. Sin él Vallejo nunca nos hubiera podido parecer tan grande, tan inhumanamente humano.
Entonces, ¿cómo puede el poeta que fue tocado por la gracia de Dios convertirse en comunista, cuando el comunismo no tiene gracia ni Dios ni amor ni misticismo ni poesía? Esa pregunta tiene hoy, a setenta años de la muerte de César Vallejo, la misma respuesta: es una decisión incomprensible y estrambótica.
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