Crecieron su fama y su poder a la par que crecía, en mi imaginación, la intensidad del castigo que yo hubiera querido infligirle. Así, al principio me habría bastado con una derrota electoral, con una disminución del entusiasmo público. Anhelé, más tarde, su encarcelamiento; luego, su exilio a una isla lejana y chata, donde sólo se alzara una palmera, tal como un asterisco que nos remite al pie de un infierno eterno, hecho de soledad, humillación e impotencia. Hoy, finalmente, nada sino su muerte ha de aplacarme.
Vladimir Nabokov
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