Por Raúl Dopico
George W. Bush se ha convertido en un presidente tan impopular, que ha desatado la euforia de los demócratas que, tras ocho años fuera de los corredores de la Casa Blanca, comienzan a saborear la presidencia. Los demócratas están convencidos de que el próximo presidente de los Estados Unidos será Barack Obama. Y eso, a pesar de que, a medida que van pasando los días, el mulato se va destiñendo cada vez más. O sea, como dicen los mexicanos de manera muy folclórica, “está enseñando el cobre”.
George W. Bush se ha convertido en un presidente tan impopular, que ha desatado la euforia de los demócratas que, tras ocho años fuera de los corredores de la Casa Blanca, comienzan a saborear la presidencia. Los demócratas están convencidos de que el próximo presidente de los Estados Unidos será Barack Obama. Y eso, a pesar de que, a medida que van pasando los días, el mulato se va destiñendo cada vez más. O sea, como dicen los mexicanos de manera muy folclórica, “está enseñando el cobre”.
Barack Obama es un fenómeno mediático más que un líder: un excelente uso de la internet, como plataforma de recaudación monetaria; una oratoria llena de retórica e ideas huecas, magnificada por los medios; un agitador en el lugar del estadista; un ego desmedido en sustitución de la prudencia política; y una sonrisa carismática que enceguece la razón de los más jóvenes, de los desprejuiciados racialmente y de los jodidos que siempre buscan el camino fácil a sus problemas: el proteccionismo estatal. En resumen, detrás de Obama se oculta un idealista. Y detrás de un idealista con ambiciones de poder y liderazgo, siempre acecha la hecatombe. O cuando menos, alguna ave de mal agüero, que agita tempestades y profundiza las desgracias.
El país no está económicamente bien. Eso lo sabemos todos, y también sabemos que los pueblos no tienen ideología. Eso es cosa de las elites. El pueblo vota según como tenga el bolsillo. Y el pueblo norteamericano, aunque, en ese sentido, es menos irresponsable que la gran mayoría, no es la excepción. Pero culpar al modelo económico implementado por los republicanos desde la era Reagan, como hacen algunos seudoprofetas liberales de la prensa hispana, es de un grado muy elevado de estupidez. Reagan es responsable de varias cosas, entre las que se pueden señalar la reinvención de la nación y el fin del bloque de la Europa del Este-aunque los voceros e ideólogos de la izquierda americana no lo reconozcan-, pero no de la situación económica actual.
En el pasado Estados Unidos ha sido hundido con políticas nefastas, que aún hoy se sufren. El idealismo populista de Kennedy o la mediocridad política y la invalidez intelectual de Carter, han hecho más daño a los Estados Unidos en los últimos 50 años, que cualquier política económica liberal-y no me refiero a liberal en el sentido que se le da al término en Estados Unidos.
Pero los demagogos y los mancos mentales siempre están atormentados por el hecho de que los ricos sean más ricos. Les enloquece que el ingreso sea desigual, que aumenten las ganancias corporativas, y que se reduzcan los impuestos, aun cuando esto conlleve al aumento del nivel de vida de la población y al auge económico de la nación. Incluso critican a un demócrata como Clinton, por ser de centro, y seguir políticas económicas liberales a lo Reagan.
¿Pero por qué esta obsesión de los demócratas contra la economía liberal?
Simple. Bajar los impuestos significa, obligatoriamente, menos dinero recaudado por el gobierno, para que minorías parásitas como los afroamericanos o los hispanos-que pertenecen a los grupos pobres del país- reciban mayores beneficios de la seguridad social. Estos grupos, mayoritariamente votantes demócratas- creen que es obligación del gobierno asumir la responsabilidad de su irresponsabilidad social.
Los republicanos ponen el peso del éxito económico y el bienestar de la sociedad en la responsabilidad y el esfuerzo del individuo. Los demócratas lo ponen sobre los hombros del estado. Y cada vez que hay una administración demócrata populista, hay más dinero recaudado para obsequiar en programas sociales, subsidios e irresponsabilidad económica. Dinero que termina estancando el crecimiento real, el desarrollo y la riqueza de la nación, porque es dinero improductivo.
Mientras más capital generan los ricos, más inversión económica se produce. Esta es una verdad de Perogrullo. Y si se bajan los impuestos, hay más dinero para invertir y gastar. Creer lo contrario, es tapar el sol con un dedo. Pero los demagogos demócratas y la prensa liberal norteamericana-y sus imitadores hispanos-, que hacen la apología ideológica más recalcitrante del populismo económico, sienten náuseas porque el ingreso del 40 porciento de la población esté en manos del diez por ciento de quienes reciben mayores ingresos; pero lo que no dicen, es que mientras menos capital tenga ese diez por ciento, menos es el porcentaje de la población que recibe ingresos. O más es el porcentaje de la población que depende de las arcas del estado. ¿Qué tiene de malo que el 1 porciento de las familias más acaudaladas posean más del 40 porciento de los medios económicos? ¿Acaso que ese 1 porciento tenga menos hace que los demás tengan más? Esa es una utopía igualitarista estúpida. Y quitarles más riqueza a los ricos nunca ha generado más riqueza para los pobres, ni ha generado más empleos, ni ha generado más productividad ni rentabilidad del capital. Los que dicen lo contrario y trafican con estas tesis han sido y son unos farsantes y embusteros.
La crisis actual tiene más que ver con la irresponsabilidad política de gastarse el presupuesto de la nación y la riqueza generada en una guerra mal planteada, mal planeada, injustificada y errática, que en las políticas de liberalismo económico de los republicanos. Y en eso, la responsabilidad no es sólo de los republicanos.
La decadencia de la nación tiene que ver con factores mucho más profundos, en el que la responsabilidad también es bipartidista: la crisis del seguro social (se necesita reestructurarlo, fomentar el ahorro, etc), la crisis del sistema de salud (legislar sobre los seguros y el sistema de demandas e indemnizaciones , por ejemplo), la baja calidad de la educación (darle más potestad al maestro, reformar los planes de estudio, eliminar viejas prácticas sindicalistas, eliminar la burocracia administrativa, reformar los planes de acceso a la instrucción y de financiación, etc), o los subsidios a la agricultura (liberar los precios, estimular la competitividad con otros mercados, etc.), por sólo mencionar algunos. Y nada de eso se resuelve con subir los impuestos. Se resuelve con voluntad política y mucha legislación, principalmente, y en eso radica la intervención fundamental en la que se debe inmiscuir el estado. Lo demás es proteccionismo, paternalismo y populismo.
Es cierto que la abolición de controles financieros y ciertas regulaciones económicas han provocado corrupción y mucha especulación en grandes corporaciones, pero eso no significa que las estructuras básicas de la economía neoliberal de libre mercado y competencia estén erradas. No creo que hagan daño ciertos controles y regulaciones financieras, para evitar excesos, pero es una falacia que la filosofía de intervención del estado en el manejo de las finanzas, la leyes del mercado y el libre flujo de los capitales en una economía tan diversificada como la norteamericana, sea la filosofía que soluciona los problemas del país. La praxis ha demostrado todo lo contrario. La riqueza desmedida no hace daño. Lo que hace daño es cuando esa riqueza no es real, sino producto de la simple especulación que no genera bienes materiales o de la inversión del estado con recursos públicos, que no estimula ni el trabajo ni la productividad.
Creer que Obama es la solución más práctica y eficiente de que se dispone en estos momentos, para intentar al menos poner freno a la decadencia de esta nación, es un espejismo. Una ilusión óptica, que volverá a sumergir al país en los años 60’s, herederos de la sonrisa y el idealismo de Kennedy. O en los 70’s, llenos de la ineficacia, pusilanimidad e infantilismo político de Carter. Gobiernos que provocaron descalabros económicos y políticos devastadores en el ámbito doméstico e internacional, que a duras penas se han podido corregir en el transcurso de las tres últimas décadas.
George W. Bush será el principal culpable si esto llegara a pasar, por habernos metido en esta guerra desgastantemente absurda, de la que no supo salir a tiempo. Una guerra que, de haberla hecho de forma más contundente, económica y menos timorata, pudo ser su gran victoria, pero en cambio se ha convertido en su Waterloo.
Ojalá que los norteamericanos voten con la razón y no con el bolsillo. Las ilusiones ópticas son sólo eso, ilusiones.
2 comentarios:
Contundente
Excelente, le puse un link.
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