Ante el desafío de Emilio Ichikawa, yo, que no creo que el Che fuera una persona abusiva, sino un asesino confeso (“Fusilamientos sí. Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte”), me siento obligado a hacerme la pregunta propuesta: ¿soy como el Che? Y también me obligo a darle pública respuesta al preguntón.
No encabezo ninguna lucha contra todos los autoritarismos, sólo encabezo mi lucha contra el autoritario que llevo dentro, y trato todos los días de cumplir con esa máxima cabalística que invita a la no reacción, aunque eso no quiere decir que esté dispuesto a poner la otra mejilla.
Todos los días acepto muchos hechos que no son mi dogma, porque en realidad no tengo dogmas: ni científicos ni religiosos ni sistémicos ni doctrinarios, aunque tal vez, pensándolo bien, tengo uno inmenso: el relativismo. Para mí nada es absoluto ni permanente. Por lo tanto acepto todas las dudas, porque dudo de mis propias certezas, que no son muchas. Aunque pensándolo bien otra vez, algunos fanatismos míos son absolutos: le voy a los Yanquis de New York. Idolatro a Los Beatles. Me parece más auténtica Britney Spears que Madonna. Amo la democracia, la libre empresa y el capitalismo, y desprecio a los tiranos, al estatismo y al socialismo en todas sus expresiones… Bueno, tal vez, para ser completamente honesto, debo decir que unos tiranos me parecen menos odiosos que otros- pero no me gustaría ser gobernado por ellos. Me gustan ciertas cosas de la socialdemocracia-pero no me gusta la socialdemocracia. Y el Estado me parece un mal necesario- si no se mete demasiado en lo que no debe: la economía y la libertad individual.
No soy pendenciero, pero me gustan los enfrentamientos y los incito cuando son justificados, sobre todo si son deportivos, literarios o políticos. Pero no soy ajeno a las broncas callejeras, y como Hemingway tengo cierta fascinación por las armas. No juzgo a mis vecinos por lo que no han dicho, los juzgo por los aplausos a los discursos, las cabezas gachas, las firmas acusatorias, los silencios cómplices, los actos de repudio, la apatía, la sodomía intelectual, la doble moral y la ovejuna obediencia política, pero soy incapaz de darles un tiro de gracia o condenarlos al pelotón de fusilamiento.
Parece que Ichikawa, al afirmar que “no se erige un pueblo haciéndole gritar a su niñez: ‘Pioneros por el comunismo: ¡seremos como el Che!’, pero tampoco se hace obligándole a decir: Pioneros por el capitalismo, seremos como el antiche”, nos demuestra que no se resigna a que le derrumben sus mitos guevaristas, mientras establece que “los niños deben ser como ellos mismos, acaso como sus padres, y no como diseñan las autoridades, ya sean castristas o anticastristas, católicas o ateas militantes”. Y sí, los niños debieran tener una formación que permita el libre pensamiento, pero… ¿qué hacer cuando esos niños y los padres de esos niños ya han sido adoctrinados bajo los preceptos de una carnicera ideología? ¿Acaso no son sanas las comisiones de la verdad? ¿Por qué son justos los juicios de Núremberg para unos y no para otros? ¿Por qué vemos con buenos ojos que los judíos luchen porque el mundo no olvide los crímenes antisemitas, y pedimos perdón y olvido para los criminales castristas? Si algo debiera hacerse prioritariamente en una Cuba democrática es desmontar los mitos. Tal vez sólo dos mitos: Fidel y el Che. Los demás ya se cayeron: educación, salud e igualdad racial.
Es evidente que Ichikawa no acepta los testimonios de los actores que se oponen al mito, porque se siente más cómodo con la imagen del Che que le inculcaron. Por eso se niega a que la historia oficial sea confrontada, y a cambio nos propone, a través de la resignación y la desidia, un patético revisionismo de la historia, que consiste en borrón y cuenta nueva, aunque carece de la honestidad intelectual para proponerlo abiertamente. Y lo hace de manera solapada, al plantear: “Una crítica del crimen incluirá necesariamente una familiarización con el mismo; lo que implica que sigamos empantanados en el asunto de quién mató primero y cuál verdugo fue peor”. Una mentira muy poco convincente para cualquiera con una inteligencia mediana. Aquí se impone la verdad de Perogrullo: los pueblos que desconocen su pasado tienden a repetir los errores. Ahí está la Rusia actual, regresando al autoritarismo ruso, viendo al vigilante mayor, al Gran Hermano Putin como su salvador.
Ante el terror de estos regímenes autoritarios hay dos antídotos eficaces: la memoria y la inhabilitación política de los cómplices, además de la necesidad de juzgar a todos los que tienen manchadas las manos de sangre. Eso, señor Ichikawa-se deduce de sus palabras que así lo cree-, no sería revanchismo político, sino justicia. Y sí, no se funda una nación como se funda un campamento, pero menos se reconstruye una nación si no se desmantela primero el campamento, que devino en cuartel de dictadores.
A los niños cubanos que ideologizaron con el mito de un Che glamoroso, que de tanto quedarse quieto en camisetas, fotos y tatuajes se ve estúpido, hay que desmontarles los mitos. Hay que darles una historia no oficial, menos idealista, que no sólo les enseñe que Martí no era de mármol ni el Che un Robin Hood ni Superman un diversionista ideológico ni Fidel el padre de la patria. Una historia que les permita discernir con libertad dónde están las verdades, para que puedan ser ellos mismos y no se parezcan a lo que hoy son, ni a lo que son sus padres, para que nunca tengan que estar “en la manigua cubana sedientos de sangre", ni matar a ningún campesino llamado Eutimio Guerra. Ni asesinar a ningún teniente llamado José Castaño, sin que cometiera delito alguno. Ni fusilar a cientos en juicios sumarísimos. Ni degollar a cuanto vencido caiga en sus manos. Ni odiar a la civilización.
Yo, mientras tanto, me permito la libertad de odiar a Ernesto Guevara de la Serna, alias el Che, y a todo lo que él representa. Y a quienes por ignorancia o compatibilidad lo adoran en el altar de los mitos. Y lo odio, porque odiar al Che significa estar contra todo lo que él representa: “el odio como factor de lucha. El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.
Estoy de acuerdo, “ninguna precisión historiográfica concerniente al sistema de mitos de la izquierda internacional (el Che sólo es uno de ellos) será suficiente para hacerles renunciar a su propaganda”, pero sí será suficiente para ayudar a pensar libremente a los niños cubanos, para que al menos puedan elegir si quieren o no ser como el Che sin que nadie los obligue. Será suficiente para que los que tuvieron que vivir obligados a construir el hombre nuevo, descubran quién era el monstruo detrás del slogan. El criminal detrás del ícono. Después de eso, allá con su condena los que sigan creyendo en la propaganda, en la CNN de Ted Turner y en las estrellas de Hollywood. Barrer los mitos en Cuba será tan fácil como vital. Para entonces, lo que pase en el resto del mundo con esos mitos no habrá de importarme. El París y el Tlatelolco del 68 los crearon, que se los coman con papas. El mundo nos ha dado la espalda a los cubanos por medio siglo, y quién sabe por cuánto tiempo más lo seguirán haciendo.
¿Seremos como el che? es la propuesta de Emilio Ichikawa para que asumamos una miserable indiferencia ante la verdad. Yo, que no soy como el Che, me niego. ¿Y ustedes?
No encabezo ninguna lucha contra todos los autoritarismos, sólo encabezo mi lucha contra el autoritario que llevo dentro, y trato todos los días de cumplir con esa máxima cabalística que invita a la no reacción, aunque eso no quiere decir que esté dispuesto a poner la otra mejilla.
Todos los días acepto muchos hechos que no son mi dogma, porque en realidad no tengo dogmas: ni científicos ni religiosos ni sistémicos ni doctrinarios, aunque tal vez, pensándolo bien, tengo uno inmenso: el relativismo. Para mí nada es absoluto ni permanente. Por lo tanto acepto todas las dudas, porque dudo de mis propias certezas, que no son muchas. Aunque pensándolo bien otra vez, algunos fanatismos míos son absolutos: le voy a los Yanquis de New York. Idolatro a Los Beatles. Me parece más auténtica Britney Spears que Madonna. Amo la democracia, la libre empresa y el capitalismo, y desprecio a los tiranos, al estatismo y al socialismo en todas sus expresiones… Bueno, tal vez, para ser completamente honesto, debo decir que unos tiranos me parecen menos odiosos que otros- pero no me gustaría ser gobernado por ellos. Me gustan ciertas cosas de la socialdemocracia-pero no me gusta la socialdemocracia. Y el Estado me parece un mal necesario- si no se mete demasiado en lo que no debe: la economía y la libertad individual.
No soy pendenciero, pero me gustan los enfrentamientos y los incito cuando son justificados, sobre todo si son deportivos, literarios o políticos. Pero no soy ajeno a las broncas callejeras, y como Hemingway tengo cierta fascinación por las armas. No juzgo a mis vecinos por lo que no han dicho, los juzgo por los aplausos a los discursos, las cabezas gachas, las firmas acusatorias, los silencios cómplices, los actos de repudio, la apatía, la sodomía intelectual, la doble moral y la ovejuna obediencia política, pero soy incapaz de darles un tiro de gracia o condenarlos al pelotón de fusilamiento.
Parece que Ichikawa, al afirmar que “no se erige un pueblo haciéndole gritar a su niñez: ‘Pioneros por el comunismo: ¡seremos como el Che!’, pero tampoco se hace obligándole a decir: Pioneros por el capitalismo, seremos como el antiche”, nos demuestra que no se resigna a que le derrumben sus mitos guevaristas, mientras establece que “los niños deben ser como ellos mismos, acaso como sus padres, y no como diseñan las autoridades, ya sean castristas o anticastristas, católicas o ateas militantes”. Y sí, los niños debieran tener una formación que permita el libre pensamiento, pero… ¿qué hacer cuando esos niños y los padres de esos niños ya han sido adoctrinados bajo los preceptos de una carnicera ideología? ¿Acaso no son sanas las comisiones de la verdad? ¿Por qué son justos los juicios de Núremberg para unos y no para otros? ¿Por qué vemos con buenos ojos que los judíos luchen porque el mundo no olvide los crímenes antisemitas, y pedimos perdón y olvido para los criminales castristas? Si algo debiera hacerse prioritariamente en una Cuba democrática es desmontar los mitos. Tal vez sólo dos mitos: Fidel y el Che. Los demás ya se cayeron: educación, salud e igualdad racial.
Es evidente que Ichikawa no acepta los testimonios de los actores que se oponen al mito, porque se siente más cómodo con la imagen del Che que le inculcaron. Por eso se niega a que la historia oficial sea confrontada, y a cambio nos propone, a través de la resignación y la desidia, un patético revisionismo de la historia, que consiste en borrón y cuenta nueva, aunque carece de la honestidad intelectual para proponerlo abiertamente. Y lo hace de manera solapada, al plantear: “Una crítica del crimen incluirá necesariamente una familiarización con el mismo; lo que implica que sigamos empantanados en el asunto de quién mató primero y cuál verdugo fue peor”. Una mentira muy poco convincente para cualquiera con una inteligencia mediana. Aquí se impone la verdad de Perogrullo: los pueblos que desconocen su pasado tienden a repetir los errores. Ahí está la Rusia actual, regresando al autoritarismo ruso, viendo al vigilante mayor, al Gran Hermano Putin como su salvador.
Ante el terror de estos regímenes autoritarios hay dos antídotos eficaces: la memoria y la inhabilitación política de los cómplices, además de la necesidad de juzgar a todos los que tienen manchadas las manos de sangre. Eso, señor Ichikawa-se deduce de sus palabras que así lo cree-, no sería revanchismo político, sino justicia. Y sí, no se funda una nación como se funda un campamento, pero menos se reconstruye una nación si no se desmantela primero el campamento, que devino en cuartel de dictadores.
A los niños cubanos que ideologizaron con el mito de un Che glamoroso, que de tanto quedarse quieto en camisetas, fotos y tatuajes se ve estúpido, hay que desmontarles los mitos. Hay que darles una historia no oficial, menos idealista, que no sólo les enseñe que Martí no era de mármol ni el Che un Robin Hood ni Superman un diversionista ideológico ni Fidel el padre de la patria. Una historia que les permita discernir con libertad dónde están las verdades, para que puedan ser ellos mismos y no se parezcan a lo que hoy son, ni a lo que son sus padres, para que nunca tengan que estar “en la manigua cubana sedientos de sangre", ni matar a ningún campesino llamado Eutimio Guerra. Ni asesinar a ningún teniente llamado José Castaño, sin que cometiera delito alguno. Ni fusilar a cientos en juicios sumarísimos. Ni degollar a cuanto vencido caiga en sus manos. Ni odiar a la civilización.
Yo, mientras tanto, me permito la libertad de odiar a Ernesto Guevara de la Serna, alias el Che, y a todo lo que él representa. Y a quienes por ignorancia o compatibilidad lo adoran en el altar de los mitos. Y lo odio, porque odiar al Che significa estar contra todo lo que él representa: “el odio como factor de lucha. El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.
Estoy de acuerdo, “ninguna precisión historiográfica concerniente al sistema de mitos de la izquierda internacional (el Che sólo es uno de ellos) será suficiente para hacerles renunciar a su propaganda”, pero sí será suficiente para ayudar a pensar libremente a los niños cubanos, para que al menos puedan elegir si quieren o no ser como el Che sin que nadie los obligue. Será suficiente para que los que tuvieron que vivir obligados a construir el hombre nuevo, descubran quién era el monstruo detrás del slogan. El criminal detrás del ícono. Después de eso, allá con su condena los que sigan creyendo en la propaganda, en la CNN de Ted Turner y en las estrellas de Hollywood. Barrer los mitos en Cuba será tan fácil como vital. Para entonces, lo que pase en el resto del mundo con esos mitos no habrá de importarme. El París y el Tlatelolco del 68 los crearon, que se los coman con papas. El mundo nos ha dado la espalda a los cubanos por medio siglo, y quién sabe por cuánto tiempo más lo seguirán haciendo.
¿Seremos como el che? es la propuesta de Emilio Ichikawa para que asumamos una miserable indiferencia ante la verdad. Yo, que no soy como el Che, me niego. ¿Y ustedes?
5 comentarios:
Merecida respuesta al chino, que parece que cada vez sus ojos rasgado le quitan más visón periférica. Pobre la Cuba del mañana si depende de "filósofos" como éste.
Ese chino siempre ha estado en China...
Qué filósofo ni la cabeza de un guanajo, Ichikawa es un obeso mental. El pobre saca unas conclusiones y hace unas disecciones del caso cubano que meten miedo de lo reduccionista en unos casos o de los simplonas y bobas en otro. Cría fama y acuéstate a dormir... La pregunta es ¿de qué vive este muchacho?
Raúl, me identifico bastante con lo que escribiste. Fue una lectura grata. Y descubrí que tenemos la misma pasión por el Imperio del Mal. Pues te invito a conocer mi sitio pelotero www.terrenodepelota.com
un abrazo cubano desde el fin del mundo (léase Santiago de Chile), Uziel
Gracias Uziel, ya he visto tu sitio, y me parece muy bueno.
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