domingo, 31 de mayo de 2009

Mi ángel de la guarda



La lluvia caía sin cesar aquella tarde de mayo de 1959. La tragedia empezaba a permanecer en la memoria y la tierra a convertirse en fértil sembradío de tumbas, cuando la vieja chivata llegó con los soldados rebeldes hasta el cuartucho del solar donde vivía el Negro Congo. Salivaba como perra rabiosa, mientras se enjuagaba la boca con la palabra torturador. Se lo llevaron cinco años junto con su olor a hierbas frescas.
De regreso parecía una caña seca y olía a moho, como si el sudor de sus antepasados esclavos se hubiera pegado a su pellejo. No le encontraron ni una gota de sangre seca en sus manos, pero le apagaron la luz en las venas y le enarbolaron el silencio de la muerte en el pecho. Lo supe al ver su silueta tirada en el suelo en medio del cuartucho, tiesa, disecada. Lo supe al ver los gusanos comiéndose su silueta, porque no tenían otra cosa que comerse, desde que a él se lo había comido el porvenir que florecía putrefacto en la trémula luz del fuego que incendiaba la isla.
En medio del cuartucho mal oliente la silueta sonrió al ver cómo el Negro Congo abría sus alas y se posaba sobre mi hombro izquierdo, al mismo tiempo que la vieja chivata lanzaba grandes gritos que, como cadáveres que se matan entre sí, le golpeaban el pecho con salvajes cuchilladas; gritos que la fueron ripiando, hasta convertirla en un escupitajo verde olivo pegado al suelo.

4 comentarios:

Laberintos dijo...

Buenísimo, me gustó.

Anónimo dijo...

Es bueno reencontrarte.Leerte sigue impresionándome y conmoviéndome.He buscado tanto tus escritos!Al fin Alba sabe del excelente Dopico.Suerte

jazmin_mayo dijo...

Interesante y bueno. Como casi todo lo que viene de tus letras.

Anónimo dijo...

Hola mi email: asaeong@hotmail.com

Gracias por sus comentarios, Raul Dopico