lunes, 21 de septiembre de 2009

Ojalá o las claves de un concierto



El arte de agradar es el arte de engañar
Luc de Clapiers

Los romanos lo descubrieron y el castrismo lo practica: al pueblo, pan y circo. Aunque este domingo en La Habana no hubo ni agua y el circo que nos dieron Juanes y sus cirqueros fue de malísima calidad. Incluso fue una muestra de la decadencia y vejez de algunos de los presentes: Víctor Manuel, Amaury Pérez, Aute y Danny Rivera la máxima expresión. Para colmo de males, Olga Tañón sin voz. Juanes demostrando todas sus carencias vocales y su incapacidad para improvisar. Y si de improvisación se trata, el final desorganizado y caótico evidenció el amateurismo de los organizadores en este tipo de espectáculos masivos, que alcanzó el clima primero backstage, cuando se derrumbó una de las tarimas en que estaba la prensa, y después cuando ninguno de los invitados extranjeros se sabía la letra de lo que se cantaba, y Olga Tañón fue incapaz de cantar ninguno de los versos de Martí que musicalizó Van Van. Quizás lo más significativo de este concierto por la paz es la poca capacidad de convocatoria que tuvo el infeliz de Juanes, quien no logró arrastrar consigo a ningún cantante de verdadero impacto artístico, pues ni Miguel Bosé ni Olga Tañón son primeras figuras en ninguna cartelera significativa. Ya no hablemos de los restrojos que arrastró: Cucú Diamantes dio lástima (Yerba Buena es yerba mala, desde que Xiomara Laugart, lo único importante de ese grupo, los dejó), y el tal Jovanoti (Bosé lo presentó como un crack), muy conocido en su casa a la hora de comer, fue la nota humorística en medio de la gran farsa, haciendo el ridículo con sus torpes payasadas. Hay que decir que, artísticamente hablando, sólo Orishas logró conmocionar verdaderamente a los espectadores (por cierto, la infeliz Cucú, los presentó en singular), mientras la dosis de espectáculo la puso Van Van, y la de nostalgia Silvio, con su “Ojalá”. Lo demás, para el olvido.
Pero dejando a un lado la pobreza artística, analicemos algunas de las claves políticas que allí se mostraron.
Miguel Bosé hace alarde de mala memoria o de mala fe, cuando dice “la guerra es una mierda”, justo en el mismo escenario desde donde la dictadura castrista legitimó con sus discursos el envío a la muerte de miles de cubanos en las guerras de Angola, el Congo y Etiopía. Y en las guerrillas de Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
La peripatética Cucú pidió que “el mundo se tiene que abrir a este país”. La chica no sólo es fea y mala cantante, sino encima es bruta y mala persona. Porque ella vive en Nueva York y tiene acceso a toda la información, y sabe perfectamente que es Cuba quien está claustrofóbicamente encerrada en sí misma.
Carlos Varela, que dejó hace mucho de ser contestatario en una Cuba donde la oposición es de una vitalidad y entereza cada vez mayor, apareció vestido de negro (y yo hubiera querido ver ahí una sutil protesta, pues el negro es el color del luto, pero esa protesta no existió, porque él gusta de ese color para sus conciertos)con un letrero paródico que decía: “Tengo una camisa blanca”, y cantó una canción ambigua y etérea sobre la verdad, que era más vacía que el estómago de los cubanos que estaban en la plaza, pero con una frase que les venía a todos los presente-incluído Varela-como anillo al dedo: “la mentira se disfraza como la verdad”. Y al mismo tiempo, veíamos al baterista que lo acompañaba con una calavera en su pullover.
Y mientras Juanes dedicaba el concierto a “todos los cubanos, estén donde estén”, y pedía “cambiar el odio por amor”, las tomas de las cámaras se cansaron de restregarnos en la cara la esfinge del asesino del Che Guevara, responsable de tantos fusilamientos. Y cuando él y Bosé le dijeron al joven negro que ondeaba una bandera cubana que subiera al escenario, los policías de la seguridad del estado enseguida se encargaron de bajarlo, para recordarle al colombiano quién mandaba allí.
La llegada de Van Van, además de ser el cierre del evento y el único momento de show de la tarde, trajo consigo los momentos más significativos-sin duda alguna, la historia de la música popular cubana habrá que escribirla antes y después de Van Van, aunque hace mucho que la agrupación no hace nada verdaderamente relevante, y ha mostrado una gran decadencia artística en los últimos años. Primero nos mostró a un Juan Formell muy drogado diciendo: “duélale a quien le duela, ya se hizo el concierto por la paz, está bueno ya”, demostrando una vez más que todo lo que tiene de buen músico lo tiene de energúmeno. Sobre todo cuando sabemos que a pesar de lo mal que habla del castrismo en privado (cosas de la doble moral y el oportunismo), en público tiene que pagar el hecho de que el régimen haya liberado a su hijo Samuel, percusionista y líder de la banda, de la prisión que cumplía por el asesinato en primer grado de una anciana a la que mató para robarle.
Este domingo Formell, que dijo que “Gorki no tiene nada que hacer ahí, porque no hace nada de valor”, y que dijo que "muchos músicos de Miami no tienen derecho a tocar en la Isla, porque no son importantes a nivel mundial”, sólo se cogió, como se dice en cubano callejero, el culo con la puerta, porque mientras el concierto por la paz era una tragicómica exhibición de mediocridades, Gorki hacía en Miami algo de mucho valor, del valor que no tiene él ni ninguno de los que estuvo allí, al decir lo mismo que ha dicho en Cuba con inmensa dignidad: “el mal de mi país se llama Fidel y Raúl”.
En los instantes finales, cuando comenzaron a nombrar países (yo, quién sabe por cuál trasiego de mi memoria emotiva, escuchaba “Ya viene llegando” de Willy Chirino)Juanes gritó “Estados Unidos… también Miami” (el público, quién sabe por qué extraño y ambicioso trasiego de esperanza, deliró), y luego nombró a Los Aldeanos y a Silvito “El libre” (Yotuel se lo soplaba al oído), en un claro reconocimiento de lo que ya todos sabemos: Juanes negoció el concierto, y no pudo escoger a los artistas cubanos que hubiera querido que le acompañaran, porque el castrismo le negó rotundamente la presencia de artistas de Miami, que son verdaderos ídolos en la isla: Willy y Gloria. Y le prohibió que subiera al escenario de la plaza a los de la isla que en verdad tienen algo que decir.
Luego, los gritos de ¡Cuba libre!, y de ¡una sola familia cubana!, fueron los únicos momentos de verdadera autenticidad en la tarde más ambigua que Cuba haya vivido en los últimos 50 años, mientras la masa amorfa, sin dignidad, se entregaba al vago gozo del circo, las maromas y el teatro. Y es que las masas no tienen ni ideología ni decoro. La dignidad es una virtud practicada por unos cuantos elegidos. Y esos cuantos este domingo no estaban sobre el escenario ni debajo. Estaban amordazados, vigilados y amenazados o encarcelados.
Ojalá Juanes haya aprendido en este viaje que quien tiene dividida a Cuba es la misma dictadura a la que le tuvo que pedir permiso para hacer este concierto. Y también que, como decía Cicerón, “la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pinguo