viernes, 30 de octubre de 2009

Fábulas


1. La Morsa

La morsa española llega a la calidez del circo isleño convencida de que para complacer al payaso que ejerce de dueño contra la voluntad de casi todos, debe reírle las gracias. Debe hacer malabares con su lógica. Una lógica tan burda como paralizante, porque no da margen para los matices: los cinco cirqueros espías son alquimistas héroes que quisieron convertir el oro en mierda. Los disidentes presos en las mazmorras del payaso, que luchan para que los espectadores puedan elegir quién maneja el circo y decidir qué espectáculo quieren ver, son mercenarios del circo imperial.

La morsa acepta entonces el reto. No se reúne con los espectadores que se niegan a seguir contemplando el mismo espectáculo que hace medio siglo. Negocia. Recibe a las mujeres de los cirqueros espías. Negocia. Ignora a las mujeres vestidas de blanco que son esposas de los disidentes presos. Mujeres a las que el parlamento del gran circo europeo en el que habita la morsa les dio un premio por negarse a celebrarle las payasadas a un payaso que nunca ha sido gracioso. Negocia. Le regalan un disidente preso.

La morsa cree que deben permitir que las esposas visiten a los cirqueros espías en las mazmorras del circo imperial. Pero el payaso del circo no deja que los espectadores que viven exiliados en el imperio visiten libremente a los espectadores -familiares en su circo natal, y decide quién puede entrar y quién no. Y es que la morsa acepta la lógica del payaso: haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago.