Hablábamos de esto y de lo otro. Del fantástico milagro salvador de las mariposas, que ya no iban a morir de asfixia. Del miedo que se ahogaría en el lago de los delirios. De los millones que iban, y de que iban, iban, aunque tuvieran que desangrarse los viejos trenes. De los pies que sembrarían la tierra con sus huellas majestuosas. De los gritos que estaban floreciendo bajo la cuidadosa mirada del rey que empinaba su corona. Hablábamos como una mujer desnuda en medio de un prostíbulo, cuando el fracaso empezó a forjar su rostro. Y el desencanto se apoderó del furor. Y la tormenta campeaba por sus respetos, en la soledad que rompía las luces en todas las ciudades, arrancándole el corazón a los salmos rojos.
Hablábamos de cómo pasaban las sombras por el verdísimo mar, mientras los cañaverales arrasados convertían a la isla en una hermosa trampa, en un desierto, en un urinario donde los dioses son ánimas solas e indefensas.
Hablábamos de cómo pasaban las sombras por el verdísimo mar, mientras los cañaverales arrasados convertían a la isla en una hermosa trampa, en un desierto, en un urinario donde los dioses son ánimas solas e indefensas.
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