Manuel Zelaya ha sido depuesto por los militares hondureños, cumpliendo un mandato del Congreso, en lo que el mundo ha llamado golpe de estado, cuando en realidad no ha sido otra cosa que un acto justo en defensa de la democracia en Honduras; la digna destitución de un tipejo que quería a toda costa encontrar un camino legal para perpetuarse en el poder, siguiendo el mismo derrotero por el que han marchado su tutor Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa. Una pandilla que junto a los hermanos Castro representa el más despótico y despiadado autoritarismo latinoamericano.
Zelaya se buscó lo que no estaba para él, cuando decidió ignorar un fallo de la Corte Suprema que le ordenaba rehabilitar en el cargo al jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Romeo Vázquez, a quien destituyó por negarse a apoyar la consulta popular que buscaba legitimar un referéndum para cambiar la constitución y alcanzar la reelección, mediante un fraude que fraguaba a través de la compra de votos. La Corte Suprema, el Tribunal Supremo Electoral, el Congreso y el Fiscal General ya habían declarado ilegal la consulta y el referéndum. Entonces, ¿si esto era ilegal y Zelaya se empeñaba en hacerlo violando la Constitución de su país, por qué el mundo está de su lado?
Lo que hicieron los militares fue encarrilar nuevamente al país por el orden institucional y alejarlo de esa constelación antropófaga de dictadorzuelos disfrazados de presidentes democráticos, que buscaban sumar a Honduras a esa cazuela narcisista llamada ALBA en la que se cocinan las ideas más disparatadas y retrógradas de la reaccionaria izquierda de nuestro continente.
Me llama la atención cómo los editorialistas y columnistas ven este fenómeno. Eduardo Ulibarri cree que fueron los militares los que rompieron el orden constitucional, cuando en realidad lo rompió Zelaya. Los militares sólo lo sacaron del juego para restaurar ese orden. Hasta ahora ningún militar ha asumido cargo alguno en el gobierno; ninguna junta dirige los designios de la nación. Es el líder del Congreso Roberto Micheletti quien asumió como presidente interino hasta que se celebren elecciones generales en noviembre. O antes.
Daniel Mocarte tacha los sucedido como “conducta irresponsable de la clase dirigente hondureña, compuesta de civiles y militares”. Este señor afirma que “la única alternativa justificable era continuar resistiendo los designios autocráticos de Zelaya mediante instituciones democráticas como el Congreso y los tribunales”. O no está enterado de todos los detalles. O es uno de esos ingenuos latinoamericanos que deambulan por la prensa, como cómplices útiles de todas las causas perdidas, de todas las leyendas ideológicas que han hundido a Latinoamérica, tratando de ser políticamente correctos. ¿Por qué Mocarte si acepta que Zelaya es un “granuja político” plantea que había que permitirle que siguiera adelante con el referéndum, que ya se había decretado ilegal, que pretendía legitimar las intenciones de Zelaya de reelegirse mediante la reforma de una Constitución, que prohíbe ese tipo de cambios? ¿Había otra manera de impedir que Zelaya se saliera con la suya que no fuera exiliarlo a la fuerza? Sí, dos. Destituirlo y meterlo preso o asesinarlo. Se eligió la menos agresiva. En honduras no se rompió la institucionalidad señor Mocarte, se restauró. ¿Es muy difícil entender eso? El juicio político para destituir a Zelaya se lo hizo él mismo, cuando siendo la máxima autoridad violó la ley y abusó del poder. Y fue sustituido con apego a lo que dispone la ley. Los otros poderes del Estado hondureño tenían todo el derecho constitucional de echar del poder al "comemelones" de Zelaya.
Sergio Muñoz Bata cree que “responder (…) con un golpe militar es una aberración”. Lo que hubiera sido una aberración era dejar que Zelaya se saliera con la suya. Y lo que es una aberración es que Muñoz Bata califique los sucesos de aberración y al mismo tiempo reconozca que Zelaya buscaba “eternizarse en el poder”. Lo que es una aberración es no darle batalla a un enemigo de la democracia. A un lobo que se nos quiere hacer pasar por cordero con sombrero. Un populista visceral que finge ser un democráta.
El inefable Miguel Cossío se pregunta en fatuo alarde de retórica: “¿Hacía falta un acto ilegal para frenar otra ilegalidad?” El pretendido analista político debiera entender que en un país con separación de poderes, el ejecutivo no se puede insubordinar y violar la legalidad. Si lo hace debe atenerse a las consecuencias. Y si un presidente contra viento y marea se empeña en ir contra los otros poderes del Estado, que han decretado ilegal su accionar, y violar la ley, hay que detenerlo antes que lo haga, mucho más cuando este accionar busca cambiar la ley que le impide que esa ilegalidad sea legal. Los tiempos de la democracia son muy peligrosos cuando se enfrentan a locos ambiciosos como Zelaya y Chávez, títeres de Castro, director del manicomio. El general Romeo Vázquez, lo definió muy bien: “Nadie está por encima de la ley”. Esa frase establece lo que es el accionar de una verdadera democracia. Zelaya se puso por encima de la ley, y lo bajaron de su pedestal. De lo contrario, tal vez hoy Honduras estuviera inmersa en un derramamiento de sangre. Cuando vemos el apoyo popular a Micheletti, nos damos cuenta de que se hizo lo correcto.
Para restaurar la democracia cualquier vía es buena, siempre que no instaure previamente algún tipo de dictadura. Lo que no entienden estos periodistas, es que con los granujas de la política no se puede poner la otra mejilla. Cuando se hace se termina pagando caro. La historia está llena de ejemplos. Cuba y Venezuela son sólo dos.
El retorno de Zelaya a Honduras es inadmisible. La lección que nos han dado los hondureños es que la democracia no es un instrumento para llegar al poder que luego puede transformarse al antojo de un caudillo ambicioso, para usar ese poder de formar autocrática. Si Zelaya regresa, a Honduras le espera el mismo triste destino que hoy viven los venezolanos, luego de que no supieron mantener a Hugo Chávez lejos del poder.
La OEA no tiene moral para pretender reponer a Zelaya. Es una estafa como organización digna. La dictadura militar cubana no puede ser un referente para negociar o exigir algo. El gorila golpista de Chávez menos. La ONU y Miguel D’Escoto son un fraude. Lo mejor es dejar que el pueblo hondureño y sus instituciones resuelvan este conflicto sin injerencia extranjera.
Honduras, en su empeño por solidificarse como una democracia moderna, va a salir fortalecida de esta escaramuza entre la institucionalidad y el enfermizo autoritarismo izquierdista. Lo sucedido ha sido lo mejor para el país. Tiempo al tiempo.
2 comentarios:
Te apoyo %100. Soy de Estados Unidos y me repugna escuchar las declaraciones de nuestros lideres. Lo que hico la jente de honduras fue baliente y revolucionario. Ojala y el resto del mundo abra los ojos.
gRACIAS MESMER
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