domingo, 15 de noviembre de 2009

Cambios en Cuba, 20 años después de la caída del muro de Berlín


Desde que Obama tomó la presidencia se ha puesto de moda argumentar que con la muerte de Fidel Castro su hermano Raúl aceleraría el proceso de cambios, pero nadie dice a qué tipo de cambios se refieren cuando hablan de cambios, ni qué cambios provocarían esos cambios.

El último de esos pregoneros es Jorge Domínguez, uno de los tantos catedráticos, experto en temas cubanos, que deambulan por las universidades norteamericanas y escriben libros sobre Cuba sin lograr atinarle a ninguno de sus pronósticos.

Para Domínguez la Isla y Estados Unidos están envueltos en una etapa de cambio retórico, pero la verdad es que los únicos cambios que ha habido llegaron unilateralmente de Obama. El castrismo mantiene su tradicional postura. Es más, ha arreciado la represión contra los opositores, con marcado énfasis en mantener el control sobre el internet y el movimiento de blogueros independientes.

El castrismo, con Fidel o sin Fidel, está atrapado en la misma disyuntiva: necesita cambios profundos para sobrevivir, pero si cambia no sobrevive. Es por eso que tanto Fidel como Raúl se resisten a los cambios que necesita el país. La diferencia entre Fidel y Raúl es que el primero está convencido que el sistema-con sus dos armas fundamentales: miseria y represión- debe permanecer inamovible, sin dar espacios de ningún tipo, ni económicos ni políticos ni sociales, mientras Raúl está convencido de que el sistema no tiene remedio, y que la única fórmula para sobrevivir es la que aplican gobiernos como China y Vietnam, dando espacios económicos y manteniendo cerrados los espacios políticos. A Fidel no le interesa el futuro, y no ahora que ya sabe que no tiene, nunca le interesó. Pero Raúl sabe que, aunque él tampoco tiene futuro, si inicia un paulatino proceso de reformas económicas, tal vez pueda alargar la sobrevivencia del régimen y ganar cierto espacio de maniobra para tratar de que sobreviva políticamente la generación de sus hijos.

Sin embargo el castrismo en el pecado lleva la penitencia: ha durado demasiado tiempo, y las nuevas generaciones no están dispuestas a seguirlo sosteniendo. El movimiento de oposición es cada vez más joven y diverso. Y abre frente por todos lados como nunca antes. La reciente manifestación por las calles con letreros que pedían paz es sólo el comienzo. La bola de nieve ya echó a rodar. Y si el castrismo no la detiene lo va a arrasar, pero para detenerla tiene que reprimir con violencia, y si lo hace también lo va a arrasar. El movimiento de oposición no se va a detener con reformas económicas, al contrario, éstas van a impulsar sus demandas políticas.

La dictadura cubana está agonizando, pero el tiempo que durará la agonía es impredecible. Ninguna reforma económica que implante Raúl Castro la va a salvar, sólo alargará la agonía. El castrismo, como el estalinismo, no es reformable. El modelo chino o vietnamita no tiene viabilidad en Cuba. Las condiciones sociopolíticas y culturales son tan abismalmente distintas, que es difícil que un engendro de este tipo sostenga a la dictadura en pie. Cuba ya no tiene 30 ó 40 años, como China, para hacer que su economía sea productiva. Cuba no necesita importar modelos asiáticos, y sólo va a cambiar realmente el día que pueda seguir el modelo que tiene a sólo 90 millas, con dos ingredientes vitales, sin los cuales no hay economía que se sostenga: libertad y democracia. Un modelo económico que no sólo le ganó la guerra fría al comunismo, sino que aplastó al castrismo con su eficiencia, y que es en el que vive inmerso la parte más dinámica, emprendedora y vital de la nación cubana.

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