Foto y texto: Claudio Fuentes Madan
Tengo en este preciso instante enormes dudas sobre qué perfil deberían tomar mis palabras para narrar y declarar lo sucedido el pasado viernes 20 noviembre de 2009, en la algo ya caliente esquina de 23 y G. Quería recoger periodísticamente a través de mi cámara de video un duelo verbal que suponía y proponía, por sobre todas las cosas, el inicio de una conversación absolutamente pacífica entre dos personas: REINALDO ESCOBAR y el AGENTE RODNEY. El encuentro pretendía aclarar un caso de abuso y violencia ocurrido dos semanas antes- llevado a cabo por agentes de la cada vez más encubierta y subrepticia seguridad del estado- contra Yoani Sánchez, esposa de quien intentó, al menos, un ético encuentro para intercambiar palabras y criterios de variada índole.
Las dudas que acompañan mis palabras vienen también con miedos que intentaré diluir y controlar, con el único deseo de evadir la autocensura que impediría a cualquier lector llevarse la modesta verdad de lo recogido por mis sentidos. Fui un ciudadano más que participó en una actividad que se fue transformando en un extraño festival de trolls. Incluso cuando hayan intentado petrificarme con amenazas disfrazadas de dulces consejos para un futuro de oscuras libertades, advirtiéndome lo joven que estoy para meterme preso, y me han hasta preguntado qué tan dispuesto estoy a esto. Miedos que solo dejarán de ser lastres en la medida en que denuncie toda violación a los derechos más elementales propios y ajenos, para no tener que aguantarle la pata a ninguna vaca, y menos darle de soslayo un tímido y oscuro beso al matarife, ese que forra con sangre su delantal impecable. Y ahora al grano, que siempre estoy a riesgo de aburrir a cualquiera con mis extensos floreos.
Fui arrestado mientras filmaba la detención de Silvio Benítez (quien se mantuvo todo el tiempo al lado de Reinaldo Escobar mientras eran comprimidos por la horda enardecida) ya en los momentos finales de la actividad se me incautó, dentro del auto que me conducía a la unidad policial, la tarjeta de mi cámara de video. Contenía todas las imágenes que había tomado como documento histórico de los hechos, y que todavía hoy, día 22 no ha sido devuelta, violando impunemente el artículo 19 de la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” Parece que no saben que el gobierno de Cuba se dice un portentoso firmante de dicha declaración, por lo que sospecho que, o Raúl Castro no lo ha informado correctamente a sus subalternos para hacer cumplir lo anterior a cabalidad, o nos están aplastando este maravilloso acápite sin misericordia, con total impunidad y cagándose en la noticia. Raro proceder.
Incluyo la notificación verbal por parte del oficial o agente que atendió mi caso: “Tus imágenes serán devueltas”, aunque en los momentos finales se me informó que la memoria estaba extraviada por el momento, me pidió un voto de confianza y dijo que me avisaría telefónicamente para su devolución. Esperaré lo prometido y mi paciencia es, obligatoriamente, insuperable, aunque esté tantas veces teñida con cautos sarcasmos.
En cuanto llegué a la estación policial me aclararon que estaba allí retenido única y exclusivamente para protegerme de la reacción del pueblo enardecido, en franca pugna contra un minoritario grupo de personas que pedían conversar en igualdad de condiciones. Reynaldo Escobar y los pocos amigos que estuvieron con él hasta el final, eran catalogadas por el conjunto de trolls disfrazados de pueblo, como mercenarios, gusanos, contrarrevolucionarios, etc. ¿Qué extraño sector de pueblo es ese, que mezcla un acto de respuesta política con una estruendosa comparsa de guaracheros con farolas, trajes de ocasión y banda de música popular incluida? Comparsa diseñada para aplacar el sonido que debían recoger las cámaras y aparatos de audio, para hacer cuerpo y confundir el sentido del acto con su presencia en el encuadre de las imágenes, tanto de la prensa extranjera como de los periodistas oficiales e independientes que, como objetivo común, tenían todos el deber y el derecho de grabar y recoger los hechos. Tamaña calumnia contra el concepto de pueblo, también contra ese otro grupo que puedo llamar nosotros, los sin comparsa, los que por pensar y expresarse diferente deben estar, momentáneamente, excluidos de toda aceptación y respeto, y que irremediablemente forman parte de ese todo contradictorio que es Cuba.
Eso que los agentes del orden y la policía han decidido llamar PUEBLO, creo, no es una representación total del mismo. Ni creo que el real pueblo cubano tenga tradición de comportase de esa manera. Debo informar que en ningún momento sentí que esa masa estuviera a punto de violentar mi integridad física, aunque sí la de algunas personas que fueron golpeadas, drásticamente empujadas y arrinconadas. Compartí con ellas en la estación policial miradas y apretones de manos ya que nos prohibieron hablar entre nosotros y se les privó de hacer uso de sus teléfonos celulares. Estas medidas prohibitorias, aplicadas sobre “personas protegidas” de una masa un tanto extremista en su conducta, no creo sean orgánicas con relación al trato hosco del que fuimos víctimas en aquella unidad. Es una total lástima que se hayan perdido las imágenes que capturó mi lente, darían muestras de esto a plenitud. Ojalá otras cámaras tengan material que revelen parte de lo acontecido.
Mientras toda la turba rodeaba y casi asfixiaba a Reinaldo Escobar y amigos que se aferraban entre sí para, precariamente, protegerse unos a otros, podíamos ver como parte de la policía nacional revolucionaria, apostada por toda la avenida en pequeños grupos de a dos, tres, cuatro y hasta mayor número, contemplaban la evidente reyerta de agresivos gritos y maneras sin tomar parte. Parecía leerse que las órdenes previas incluían ese hacerse el de la vista gorda con un sector del pueblo del que precisamente se espera, y se le perdonará por parte de las fuerzas represivas, una actitud igualmente represiva, con una total incapacidad para escuchar antes de tomar determinaciones violentas y conformarse un criterio. Ese sector de pueblo que si comete una atrocidad, no será castigado o recriminado, más bien justificado luego como algo que ocurrió: lamentable pero necesario. Como cuando en los años 80 con las salidas migratorias a través del puerto del Mariel, el pueblo azuzado por ya todos saben quien, masacraba con mítines de repudio, huevazos, exclusiones laborales y golpes a quienes decidían marcharse, mientras nuestras fuerzas del orden nunca emitieron una denuncia contra este tipo de acciones ni se les llamó a la cordura y al respeto.
El viernes, como Claudia Cadelo y muchos otros, conocí la ola de terror, lo caro que puede costar la libertad de pensamiento y su orgánica expresión directa. He conocido también que los individuos tienen aunque sea un mínimo poder cuando los amparan justicias naturales, ese poder de no saberse solos, de tener algo que decir y el estar dispuestos a soltarlo por cualquier medio o canal posible. Hoy he reafirmado más que nunca, que toda decisión o idea tiene un altísimo precio y quieras o no, tendrás que pagar en una u otra moneda. La vida siempre nos gana aun cuando en ella se nos contemplen variados éxitos.
Tengo en este preciso instante enormes dudas sobre qué perfil deberían tomar mis palabras para narrar y declarar lo sucedido el pasado viernes 20 noviembre de 2009, en la algo ya caliente esquina de 23 y G. Quería recoger periodísticamente a través de mi cámara de video un duelo verbal que suponía y proponía, por sobre todas las cosas, el inicio de una conversación absolutamente pacífica entre dos personas: REINALDO ESCOBAR y el AGENTE RODNEY. El encuentro pretendía aclarar un caso de abuso y violencia ocurrido dos semanas antes- llevado a cabo por agentes de la cada vez más encubierta y subrepticia seguridad del estado- contra Yoani Sánchez, esposa de quien intentó, al menos, un ético encuentro para intercambiar palabras y criterios de variada índole.
Las dudas que acompañan mis palabras vienen también con miedos que intentaré diluir y controlar, con el único deseo de evadir la autocensura que impediría a cualquier lector llevarse la modesta verdad de lo recogido por mis sentidos. Fui un ciudadano más que participó en una actividad que se fue transformando en un extraño festival de trolls. Incluso cuando hayan intentado petrificarme con amenazas disfrazadas de dulces consejos para un futuro de oscuras libertades, advirtiéndome lo joven que estoy para meterme preso, y me han hasta preguntado qué tan dispuesto estoy a esto. Miedos que solo dejarán de ser lastres en la medida en que denuncie toda violación a los derechos más elementales propios y ajenos, para no tener que aguantarle la pata a ninguna vaca, y menos darle de soslayo un tímido y oscuro beso al matarife, ese que forra con sangre su delantal impecable. Y ahora al grano, que siempre estoy a riesgo de aburrir a cualquiera con mis extensos floreos.
Fui arrestado mientras filmaba la detención de Silvio Benítez (quien se mantuvo todo el tiempo al lado de Reinaldo Escobar mientras eran comprimidos por la horda enardecida) ya en los momentos finales de la actividad se me incautó, dentro del auto que me conducía a la unidad policial, la tarjeta de mi cámara de video. Contenía todas las imágenes que había tomado como documento histórico de los hechos, y que todavía hoy, día 22 no ha sido devuelta, violando impunemente el artículo 19 de la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” Parece que no saben que el gobierno de Cuba se dice un portentoso firmante de dicha declaración, por lo que sospecho que, o Raúl Castro no lo ha informado correctamente a sus subalternos para hacer cumplir lo anterior a cabalidad, o nos están aplastando este maravilloso acápite sin misericordia, con total impunidad y cagándose en la noticia. Raro proceder.
Incluyo la notificación verbal por parte del oficial o agente que atendió mi caso: “Tus imágenes serán devueltas”, aunque en los momentos finales se me informó que la memoria estaba extraviada por el momento, me pidió un voto de confianza y dijo que me avisaría telefónicamente para su devolución. Esperaré lo prometido y mi paciencia es, obligatoriamente, insuperable, aunque esté tantas veces teñida con cautos sarcasmos.
En cuanto llegué a la estación policial me aclararon que estaba allí retenido única y exclusivamente para protegerme de la reacción del pueblo enardecido, en franca pugna contra un minoritario grupo de personas que pedían conversar en igualdad de condiciones. Reynaldo Escobar y los pocos amigos que estuvieron con él hasta el final, eran catalogadas por el conjunto de trolls disfrazados de pueblo, como mercenarios, gusanos, contrarrevolucionarios, etc. ¿Qué extraño sector de pueblo es ese, que mezcla un acto de respuesta política con una estruendosa comparsa de guaracheros con farolas, trajes de ocasión y banda de música popular incluida? Comparsa diseñada para aplacar el sonido que debían recoger las cámaras y aparatos de audio, para hacer cuerpo y confundir el sentido del acto con su presencia en el encuadre de las imágenes, tanto de la prensa extranjera como de los periodistas oficiales e independientes que, como objetivo común, tenían todos el deber y el derecho de grabar y recoger los hechos. Tamaña calumnia contra el concepto de pueblo, también contra ese otro grupo que puedo llamar nosotros, los sin comparsa, los que por pensar y expresarse diferente deben estar, momentáneamente, excluidos de toda aceptación y respeto, y que irremediablemente forman parte de ese todo contradictorio que es Cuba.
Eso que los agentes del orden y la policía han decidido llamar PUEBLO, creo, no es una representación total del mismo. Ni creo que el real pueblo cubano tenga tradición de comportase de esa manera. Debo informar que en ningún momento sentí que esa masa estuviera a punto de violentar mi integridad física, aunque sí la de algunas personas que fueron golpeadas, drásticamente empujadas y arrinconadas. Compartí con ellas en la estación policial miradas y apretones de manos ya que nos prohibieron hablar entre nosotros y se les privó de hacer uso de sus teléfonos celulares. Estas medidas prohibitorias, aplicadas sobre “personas protegidas” de una masa un tanto extremista en su conducta, no creo sean orgánicas con relación al trato hosco del que fuimos víctimas en aquella unidad. Es una total lástima que se hayan perdido las imágenes que capturó mi lente, darían muestras de esto a plenitud. Ojalá otras cámaras tengan material que revelen parte de lo acontecido.
Mientras toda la turba rodeaba y casi asfixiaba a Reinaldo Escobar y amigos que se aferraban entre sí para, precariamente, protegerse unos a otros, podíamos ver como parte de la policía nacional revolucionaria, apostada por toda la avenida en pequeños grupos de a dos, tres, cuatro y hasta mayor número, contemplaban la evidente reyerta de agresivos gritos y maneras sin tomar parte. Parecía leerse que las órdenes previas incluían ese hacerse el de la vista gorda con un sector del pueblo del que precisamente se espera, y se le perdonará por parte de las fuerzas represivas, una actitud igualmente represiva, con una total incapacidad para escuchar antes de tomar determinaciones violentas y conformarse un criterio. Ese sector de pueblo que si comete una atrocidad, no será castigado o recriminado, más bien justificado luego como algo que ocurrió: lamentable pero necesario. Como cuando en los años 80 con las salidas migratorias a través del puerto del Mariel, el pueblo azuzado por ya todos saben quien, masacraba con mítines de repudio, huevazos, exclusiones laborales y golpes a quienes decidían marcharse, mientras nuestras fuerzas del orden nunca emitieron una denuncia contra este tipo de acciones ni se les llamó a la cordura y al respeto.
El viernes, como Claudia Cadelo y muchos otros, conocí la ola de terror, lo caro que puede costar la libertad de pensamiento y su orgánica expresión directa. He conocido también que los individuos tienen aunque sea un mínimo poder cuando los amparan justicias naturales, ese poder de no saberse solos, de tener algo que decir y el estar dispuestos a soltarlo por cualquier medio o canal posible. Hoy he reafirmado más que nunca, que toda decisión o idea tiene un altísimo precio y quieras o no, tendrás que pagar en una u otra moneda. La vida siempre nos gana aun cuando en ella se nos contemplen variados éxitos.
1 comentario:
Esos que han ido a gopear a esas personas estoy seguro que ni siquiera saben quienes son. Solo con hacerles esa pregunta quedaría desarmado el acto y se vería quién está detrás del agente Rodney y de toda la turba de idiotas que acuden como moscas al pastel si se les ofrece recompensa
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