3. El Lagarto
El payaso que gobierna el circo se levanta y va a cambiarse el pámper. Desde que le trasplantaron el ano no controla el esfínter, y si no fuera por ese invento capitalista de pañal absorbente no podría evitar estar todo el tiempo cagado, aunque el pámper no lo inmuniza contra ese tufillo a mierda que lo envuelve como fétida aura. Ni la hiena soporta estar cerca de él. Y la china travesti sólo le habla por teléfono, porque le da asco y ganas de vomitar: “Cuando estoy cerca de él siento náuseas, parezco mujer embarazada”, le dice al mulato fortachón que es su escolta.
El payaso se ha cambiado el pámper y sale al jardín. Ahí está el lagarto, que no es un lagarto cualquiera, es un camaleón. Está enternecido, cogiendo sol para calentar su sangre fría. Pero este lagarto tiene un defecto ante los ojos del payaso: es un lagarto imperial. El payaso lo mira, y un desprecio ancestral se posa en sus labios convirtiéndolos en un rictus de viejo chocho y perverso.
-¡Que entre la prensa extranjera!, ordena con un intento de grito autoritario que se le atraganta en el galillo, cuando las palabras se enredan en su lengua torpe.
Y aparecen los periodistas armando un gran tropelaje dispuestos a escuchar al payaso en jefe.
-Escuchen bien lo que les voy a decir, muchachitos imberbes. Cualquier persona medianamente informada sabe que el circo imperial, con su tratado para tener malabaristas y cirqueros de todo tipo en el territorio del circo colombiano, lo que ha hecho es una anexión. Y se los voy a demostrar. Porque lo mío son los hechos no las palabras.
El payaso se mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca una mosca.
-Esa anexión ha sido hecha con la misma facilidad con que este lagarto imperial se come esta mosca… Vamos lagarto, ¡cómetela!
Y diciendo esto, lanza la mosca al lagarto, pero éste, señorial, sin inmutarse, desdeña al insecto, mientras en una especie de garganteo le dice: “Te equivocas, payaso, yo no como moscas de mierda. Yo sólo me como las moscas que se crían en mi circo”.
El payaso, colérico, al verse ridiculizado, grita enloquecido mientras da vueltas en círculo: ¡Fusílenlo!... ¡Fusilen a ese lagarto contrarrevolucionario! Y ahí, sin más ni más, aparece un pelotón de fusilamiento de 10 soldados, y acribilla a plomazos al indefenso camaleón imperial. La prensa, atónita ante el espectáculo, paralizada de miedo, permanece inmóvil, contemplando cómo el lagarto derrama su sangre azul.
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