Pero la puta castrista, devenida hace 50 años en matrona de toda una isla, quiere que su amante le compre una nueva casa, le pague la luz, el agua, el gas, la sirvienta; quiere que le compre ropa nueva, le llene la despensa todos los días, le regale un carro nuevo e incluso quiere que la exhiba en las mejores fiestas de todo el mundo, pero sin tener que dejar de seguir controlando el burdel y a los chulos que salen a la calle, porque la calle es de la puta-matrona y de nadie más que de la puta-matrona, a controlar a cuanta puta camine por ellas y sopapear a quien se rebele un poco o boconee demasiado.
Y la entiendo a la desgraciada puta-matrona. Está en medio de la peor crisis económica que haya vivido el país, sólo que ahora ya nadie le cree que es una puta revolucionaria, que está luchando por liberarnos a todos del burdel y convertirnos en putas dignas. Ahora el país es un burdel de quinta categoría y nadie se esfuerza por ocultarlo. Y la entiendo, por eso una de las putas que ayudan a la matrona a administrar el burdel, le da una medalla a su puta superiora, mientras dice que la matrona deberá maquillarse, pintarse las uñas y teñirse el pelo, por si acaso su viejo amante decide venir a conversar con ella, a tener una cita romántica, pero que no se debe hacer ilusiones, porque jamás negociará bajo amenaza o presión, porque esas son cosas de putas sin dignidad.
El viejo amante, a lo lejos, escucha los gritos desesperados de la puta-matrona, y de todas sus putas subalternas. Y piensa:
-Dios, esta puta está a punto de cortarse las venas. ¿Qué hago: me la tiemplo o le regalo una cuchilla de afeitar para que se las corte?
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