Debo dejar en claro que no me motiva ningún grado de preocupación las tendencias o creencias religiosas, políticas, ideológicas o sexuales de persona alguna, excepto cuando esas creencias van contra las mías, y es que, para decirlo con palabras de Benito Juárez-que dicho sea de paso las dijo pero no se las tomaba en serio-: el respeto al derecho ajeno es la paz.
Dicho lo anterior, quiero establecer que mi respeto por el derecho de los musulmanes a creer en Alá, en Mahoma y en toda la retahíla de farsantes en las que está fundamentado su cuerpo religioso, terminó el mismo día en que los musulmanes me consideraron un infiel-simple sentido de supervivencia. Y digo musulmanes, porque no creo en la hipocresía de los otros musulmanes, esos que dicen que el islam no es violento ni avala el terrorismo, que están en contra de los radicalismos islámicos, de la tendencia wahabita (esa creencia primitiva que establece que quien no sigue la estricta interpretación de Wahab es herético, y merece la muerte. De ellos Winston Churchill dijo: “Austeros, intolerantes, bien armados, y sedientos de sangre, en sus propias regiones, los Wahabitas son un factor específico que debe ser tenido en cuenta”), pero al mismo tiempo guardan un silencio cómplice-hay que decirlo, públicamente no emiten comentarios, pero en la intimidad lo festejan- ante las atrocidades de los musulmanes en todo el mundo (todos los días muertes y más muertes de inocentes a mano del terrorismo o intentos de volar aviones o de conspirar para hacerlo, y a cambio, silencio en el mundo musulmán y el mundo occidental infectado de mezquitas. Todavía no he visto la reacción de repudio de los musulmanes, que hace unas semanas protestaron por la negativa de los suizos a permitir la construcción de minaretes, al intento de volar el avión en el aeropuerto de Detroit), porque detrás de toda esta violencia islámica se oculta una gran conspiración del mundo musulmán y sus jeques: conquistar el poder geopolítico que poseían antaño. Y eso es absolutamente inadmisible. No podemos, en pleno siglo XXI, caer bajo el control político y religioso de una cultura que se fundó matándose unos a otros por el poder religioso, para luego imponer ese poder a otras culturas. Hace mucho que, encerrada en su dogmatismo, anacronismo y oscurantista represión, el islamismo dejó de ser puntal de los avances científicos y tecnológicos que representó en una época. No queremos para Occidente un mundo de atraso (no es agradable limpiarse el culo con la mano, ni siquiera porque es la mano izquierda la que usan), de vejaciones para las mujeres (es intolerable castigar a latigazos a una mujer por ponerse pantalones, o por la moralista khalwat, que prohíbe que una mujer esté en presencia de un hombre, sin estar casados o ser familiares consanguíneos) y las minorías étnicas, sexuales, religiosas o científicas (en noviembre de 2005 un profesor de química resultó condenado a 3 años de cárcel y 750 latigazos por burlarse del Islam y estudiar brujería), ni un mundo donde todo se decida por la imposición arbitraria de los designios de un profeta analfabeto que no dejó en esos “versos satánicos” ningún consuelo para la humanidad, que no sea la concepción machista de un paraíso en el que nos recibirá un cortejo de vírgenes con cómodas almohadas, oro y ríos de leche en nombre del cual debemos estar dispuestos a convertirnos en bombas ambulantes.
Pero para ponerle un alto al islamismo hay que comenzar por algún lado. Y me parece que es por la despótica y sangrienta tiranía teocrática que rige los designios de Irán, por donde hay que comenzar, porque si bien Arabia Saudita busca doblegar a Occidente mediante el estímulo al fundamentalismo religioso wahabita (en el 2005, el Príncipe Alaweed bin-Talal donó $20 millones a las universidades estadounidenses de Georgetown y Harvard, para promover el “entendimiento Musulmán-Cristiano”, a pesar de que en Arabia Saudita no se tolera ninguna otra fe. Los visitantes no pueden llevar biblias ni crucifijos, y celebrar servicios religiosos cristianos puede conducir a encarcelamiento) y la dependencia del petróleo, Irán lo busca mediante el poder nuclear como instrumento de chantaje. El arma nuclear en manos de una pléyade de energúmenos idiotizados por el fanatismo religioso, deja de ser un enfrentamiento contra el miedo a morir en pleno vuelo. O en una embajada. O en un edificio de gobierno. O en un hotel. O en el metro de una gran ciudad. O en un café de Jerusalén o Tel Aviv, para convertirse en la cruda realidad de que la humanidad puede extinguirse cocinada por la radiación nuclear.
Occidente tiene que decidirse, de una vez y por todas, mediante la unión de toda la fuerza militar de las naciones fuertes, lideradas por Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, a eliminar a la dictadura iraní y destruir todas sus centrales nucleares y tomar control de sus reservas de uranio. Basta de tolerar el jueguito de las sanciones económicas, que cual mano izquierda se las pasan por el culo. Basta de seguir el juego de creerles que nos dicen la verdad, que sólo quieren enriquecer uranio con fines pacíficos. Está en juego la supervivencia de la civilización.
No cabe la menor duda, con Barack Obama en el poder Estados Unidos es más débil, pero una vez más parece que será el Estado de Israel el que tendrá que tomar el rábano por las hojas, porque son los judíos las primeras víctimas escogidas por los iraníes. Israel debe demoler el poder nuclear de Irán antes de que Irán intente demoler a Israel (simple supervivencia, digo yo), y más ahora que recientes reportes de inteligencia dicen que están cerca de comprarle 1,300 toneladas de uranio purificado a Kazakhstan, para alimentar su programa de enriquecimiento de uranio, mientras la ONU dice que no ha sido alertada de eso y el gobierno de Estados Unidos dice que está conversando del tema con sus socios.
Acabemos de entender que la cultura occidental ha entrado a este milenio, que alcanza ya su primera década, en guerra con el Islam, y que es una guerra a vencer o morir. No podemos amilanarnos ni ser pusilánimes ante este desafío, hay que controlarlos y ya, antes de que se fortalezcan al punto de que nos puedan controlar. Irán sólo es el inicio, después, vayamos contra los Sauditas, esa despótica tiranía ya es demasiado ofensiva para el resto del mundo, y no tiene el más mínimo derecho a existir, por el simple hecho de que ellos no quieren que existamos los demás. La guerra no es contra el terrorismo, la guerra es contra el islam, al menos hasta apaciguarles la bravuconería; al menos mientras los musulmanes no dejen a un lado su actitud beligerante, con pretensiones de dominar al resto de la humanidad. Y si no ceden, no habrá más remedio que aplastarlos, aunque para eso necesitamos líderes occidentales fuertes.
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