martes, 4 de mayo de 2010

Amén

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -Hemos conocido que, este domingo, las dignas Damas de Blanco pudieron asistir a misa en la Iglesia de Santa Rita, y realizar a continuación su tradicional caminata por la Quinta Avenida de Miramar. Por esta vez, se calmaron las “iras populares”: las “masas enardecidas” no concurrieron a atropellarlas.

La noticia llegó acompañada de comentarios sobre el papel mediador desempeñado por el cardenal Jaime Ortega. Se habla incluso de un acuerdo entre éste y las autoridades cubanas, en cuyo marco el prelado habría actuado como garante de la autorización gubernamental para la marcha.

Al parecer, esa actitud del régimen tiene un carácter puramente capitalino, para consumo de diplomáticos y periodistas extranjeros acreditados en La Habana. Por desgracia, simultáneamente se supo que, en Banes, a Reina Luisa Tamayo, madre del mártir Orlando Zapata, se le impidió acudir al cementerio a llevarle flores a su hijo.

Pese a esto último, hay que reconocer que el gesto hacia las Damas de Blanco en la capital constituye —por supuesto— un paso en la dirección correcta. Aunque se dice que de momento la tolerancia es extensiva sólo al presente mes de mayo, la medida es —a no dudarlo— positiva.

Sin dejar de constatar esa obviedad, es justo señalar también que en este asunto han desempeñado un papel no pequeño otros factores que son los fundamentales, a mi entender.

Lo primero es aplaudir la postura inclaudicable asumida por las esposas y madres de los presos de conciencia, condición sine qua non para el feliz desenlace. A las amenazas recibidas de la policía política, esas mujeres extraordinarias respondieron con serenidad y firmeza; y a los insultos de la gentuza que el domingo anterior las mantuvo sitiadas al sol durante siete horas, con la disposición a repetir el acto de desafío, sin arredrarse.

Esa consistencia y el acendrado pacifismo que ellas han demostrado siempre, son las razones más poderosas para que las Damas de Blanco hayan recibido con justicia la admiración de cubanos y extranjeros.

Dicho lo anterior, coincido con el fraterno Coco Fariñas, quien valora lo sucedido como “una señal alentadora”. También —añado— lo fue la decisión de separar de su cargo —siquiera sea temporalmente— al director del Hospital Provincial de Villa Clara, que rechazó el ingreso del abnegado huelguista de hambre y sed con un argumento deleznable: “Lo único que debe hacer para salir de su gravedad es comer y beber agua”.

En lo que respecta al actual gobierno de La Habana, soy un convencido de que esa estructura, aunque desde fuera parezca un bloque de granito, en la práctica está plagada de contradicciones internas. Las remociones de altos funcionarios anunciadas ayer lo demuestran.

En realidad, esto no debe admirarnos: Lo increíble sería que, en la situación de catástrofe en que está sumida Cuba, no existiesen opiniones encontradas en el seno de la cúpula dirigente. Mientras esas contradicciones internas conduzcan a la adopción de pasos racionales como en esta ocasión, sólo podemos exclamar:

¡Bienvenidas sean!

Confiemos en que la idea de acallar la grave problemática cubana mediante la represión sea reemplazada por el deseo de resolver definitivamente la honda crisis nacional por medios democráticos, contando con la voluntad libremente expresada por los diferentes sectores de nuestra nación. Amén.

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