Dos Minorías
Unos y otros coinciden, sin embargo, en que el poco respaldo popular de la oposición es consecuencia de una mala formulación programática, de un apego a viejos discursos anticomunistas de la guerra fría o de una proyección ideológica de su dependencia financiera del exterior. La oposición, parecen decir, es minoritaria porque ideológicamente es incapaz de reflejar los deseos de una mayoría "socialista". Su problema es, pues, ideológico.
No por menos mezquino, dicho enfoque deja de ser tan falaz y totalitario como el de la criminalización. Los opositores no han logrado un mayor respaldo por la sencilla razón de que sus posibilidades de contacto con la ciudadanía de la isla son demasiado reducidas. Sin acceso a los medios de comunicación y sometidas a una permanente represión policíaca y estigmatización social, las organizaciones opositoras han alcanzado, sin embargo, membresías de varios miles.
La diversidad ideológica de esa oposición es evidente: hay organizaciones y líderes democristianos, liberales, socialdemócratas, socialistas democráticos y de los más variados nacionalismos. Todas esas orientaciones ideológicas, asumidas públicamente o no, existen en la sociedad cubana contemporánea, tanto en la isla como en la diáspora. Ninguna es ajena a los cubanos del siglo XXI, por lo que, de abrirse la esfera pública, podrían facilitar la comunicación con la ciudadanía.
Mientras la esfera pública permanezca cerrada y los derechos de asociación y expresión no se flexibilicen mínimamente, cualquier juicio sobre la representatividad real de la oposición será impreciso. Algunos datos nos ayudan, sin embargo, a calcular aproximadamente la representatividad potencial con que cuentan los opositores cubanos. Varios observadores de la realidad insular, por ejemplo, no dejaron pasar inadvertidas las cifras que ofreció la Comisión Electoral Nacional en las pasadas elecciones de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular.
Según las mismas, el domingo 25 de abril votó el 94.69% del padrón electoral, por lo que se registró un 5.31% de abstención. En el conteo preliminar de ese domingo, que no incluyó los resultados de 2.106 distritos en los que hubo empate o ninguno de los candidatos alcanzó el 50% de los votos, se reportó un 4.30% de boletas anuladas y un 4.58% de boletas en blanco. Aunque abstención no significa oposición, en las elecciones legislativas cubanas, donde todos —o casi todos— los candidatos son oficiales, la no intervención del ciudadano adquiere un sentido crítico.
Si se suman los porcentajes de abstenciones y boletas anuladas o en blanco se obtiene un 14.19%, el cual representaría más de 1.000.000, entre los más de ocho millones doscientos mil electores empadronados. La cantidad de población que reúne esa minoría sería superior a la de todos los militantes del Partido Comunista de Cuba. Si de minorías se trata estaríamos en presencia de dos, no de una: la de quienes se identifican afirmativamente con el sistema político de la isla y la quienes no se identifican, aunque no expresen su rechazo por medio de la oposición.
La disputa entre ambas minorías es asimétrica. La primera cuenta con todo el poder; la segunda carece de derechos civiles y políticos elementales. La primera tiene acceso a la opinión pública nacional y, también, a la internacional; la segunda, sólo a una parte de esta última. Pero esa asimetría no hace necesariamente más numerosa y representativa a la primera ni menos nacional y legítima a la segunda. Hace mucho tiempo que el pensamiento contemporáneo abandonó el falso principio de que en política sólo cuentan las mayorías.
Durante medio siglo, el gobierno cubano ha eludido las reglas elementales del sistema representativo, con el fin de atribuirse el respaldo de la mayoría social. Sin dudas, ese respaldo fue real en las primeras décadas de la Revolución, pero a partir de los 90 el mismo ha ido reduciéndose, en ausencia de mecanismos de opinión pública o investigación académica (encuestas, sondeos, estadísticas) que permitan calcular, aproximadamente, su rango demográfico.
Inmovilistas y reformistas insisten en que la mayoría de la población cubana es "socialista" y "fidelista". Seguramente sigue habiendo un considerable porcentaje de la población que míticamente se siente "fidelista" y, tal vez, otro porcentaje, mucho menor, que pragmáticamente se asume como "raulista". En todo caso, las identidades "fidelistas" o "raulistas" son más tangibles, por su personalización política, que la "socialista", que remite al orden conceptual de las ideologías.
Si esa mayoría se entiende "socialista" o "revolucionaria" porque está de acuerdo con que el Estado distribuya derechos sociales, garantice la educación y la salud gratuitas o preserve la soberanía de la isla, entonces dichos adjetivos adoptan significados que no les son exclusivos. También los socialdemócratas, los democristianos, los socialistas democráticos y no pocos liberales están de acuerdo con que el Estado cubano, luego de una transición democrática, siga cumpliendo esas funciones.
El perfil ideológico de la mayoría social en Cuba es imposible de trazar bajo las condiciones de un régimen de partido único, economía de Estado y control gubernamental de la sociedad civil y los medios de comunicación. No pocos de los que persisten en definirse como "socialistas" y marchan el primero de mayo en la Plaza de la Revolución están de acuerdo con un cambio de ese régimen. Si esa mayoría tuviera la libertad de expresar lo que entiende por socialismo, probablemente muchas de sus ideas tendrían más concordancia con la oposición que con el gobierno.
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