miércoles, 26 de mayo de 2010

Las Dos Sotanas del Castrismo o el Conejo en el Sombrero


I. De la casualidad y la primera sotana

Es sabido que los comienzos del castrismo se fundaron al amparo de una respetable sotana, gracias a la amistad que existía entre dos gallegos: el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Enrique Pérez Serantes, y el hacendado Ángel Castro. El origen gallego no sólo distinguía la relación, sino que era el ejemplo de dos emigrantes que en tierras lejanas habían alcanzado el éxito. Uno brillando dentro de la jerarquía de la iglesia católica cubana y con prestigio dentro de la curia pontificia. Otro haciendo fortuna con prácticas poco nobles, que iban desde la usurpación de tierras hasta el pago en especie a sus empleados.

A esa amistad entre gallegos apelaría Ángel Castro, después del fracaso del asalto al cuartel Moncada, para que Pérez Serantes escondiera a su vástago Fidel bajo su sotana, ante el desaforado espíritu de venganza del ejército.

En la aparición-entiéndase en el sentido cristiano- de la primera sotana del castrismo, como parte de una dramática secuencia aleatoria, la casualidad se comportó como una ontológica puta histérica, y fue a la cama con cuanto amante encontró en el camino en busca de alianzas y complicidades, con gestos exasperados y gritos innecesarios. Lo ocurrido después no fue un accidente histórico que cayó como maldición sobre el “alegre e ingenuo” pueblo cubano, como algunos nostálgicos de la República tratan de inculcarnos. Más bien fue el resultado de un apareamiento azaroso de Fidel Castro y Pérez Serantes. Dos individuos con determinaciones claras y propensiones objetivas. Uno tenía ambiciones de grandeza y poder. El otro, influido por la doctrina social de la iglesia, estaba empeñado en construir instituciones-como fue el Centro Obrero-y en participar activamente en los problemas sociopolíticos de Cuba, a través de la escritura de constantes cartas pastorales, que era una de las facetas visibles de su vocación de Apóstol.

La secuencia aleatoria inicia con Galicia como tierra de Pérez Serantes y Ángel Castro, y continúa con el colegio de Belén. Allí trabajó Pérez Serantes como empleado y ofició su primera misa tras ser ordenado como sacerdote. Allí llegaría, en 1942, un jovencísimo Fidel Castro a formarse bajo el visto bueno de los jesuitas. Luego vendrían una serie de acontecimientos que terminarían acercando sus caminos: Fidel Castro radicaliza su comportamiento violento, con la fallida participación en la expedición de Cayo Confites, en 1947, y con su oscura intervención en los sucesos del “Bogotazo”, en abril de 1948, que terminaron con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (él único testigo vivo de lo ocurrido, además de Castro, es Alfredo Guevara; Rafael del Pino apareció ahorcado en su celda de preso político de Castro, y Enrique Ovares murió en Miami sin revelar la verdad de los hechos); Pérez Serantes es nombrado el 11 de diciembre de 1948 arzobispo de Santiago de Cuba; Chivás se suicida; Batista da el golpe de Estado; y Fidel asalta el Moncada.

La secuencia posterior de sucesos le van a dar una mayor responsabilidad a Pérez Serantes: tres días después del Moncada se involucra directamente en los hechos, mediante la circular “Paz a los muertos” que da conocer el 29 de julio, y un día después asume mayor compromiso con la “Carta a Chaviano”. Finalmente los caminos de Fidel Castro y Pérez Serantes se unen el primero de agosto de 1953, cuando la sotana del cura protege a Castro como manto sagrado, para evitar que los militares le ajusten cuentas.

A partir de ese momento, mientras Fidel Castro se lanza a la conquista del poder dándole continuidad a su violenta trayectoria, Pérez Serantes, el arzobispo enfundado en su labor pastoral y su afán apostólico, arremete con sus circulares durante siete años contra el gobierno batistiano.

El 11 de febrero de 1961, después de haber escrito unos diecisiete documentos a partir del triunfo del castrismo, y mientras cientos de cubanos se entregaban a la causa de recuperar la democracia, el arzobispo de Santiago- y toda la iglesia católica cubana- se calló la boca en uno de los silencios cómplices más terribles de la historia de Cuba. En agradecimiento, Fidel Castro declaró el carácter socialista de su revolución meses después. El fin del apareamiento azaroso de Fidel Castro y Pérez Serantes culmina en 1968 con la muerte del católico. Para sellar su éxito Fidel Castro le mandó una corona al funeral a nombre del Consejo de Ministros.

Siguiendo el concepto aristotélico ya sabemos lo que provocó la intervención en la historia de Cuba de la sotana de Pérez Serantes: más de medio siglo de una cruel y sangrienta dictadura.

II. De la casualidad y la segunda sotana

Intuyendo que la democracia terminará derrotando al totalitarismo, cual Filipo de Macedonia, Raúl Castro ordenó dejar morir, en lo que no era otra cosa que un asesinato de Estado premeditado, a Orlando Zapata Tamayo con la falsa creencia de que otra muerte le permitiría seguir ganando tiempo. Sin embargo, desconocedor de Aristóteles, no previno que toda causa tiene su efecto y mucho menos que "todo efecto debe ser proporcional a su causa". El castrismo no esperaba (protegido por Moratinos, alimentado por el chavismo, alentado por las medidas de Obama y con el aval de Lula y la “izquierda carnívora” latinoamericana) una condena mundial tan devastadora para la imagen de inocente víctima sitiada que ha procurado cultivar por décadas. Pero mucho menos esperaba el desafío de la huelga de hambre de Guillermo Fariñas (con su decisión de morir si no liberan a los 26 presos más enfermos) y que las Damas de Blanco incrementaran sus marchas por diferentes zonas de la capital en homenaje a la injusta e innecesaria muerte del albañil negro y en reclamo vehemente de la libertad de sus familiares presos.

El régimen de La Habana, que siempre ha estado capacitado para apaciguar a la opinión pública extranjera y al mismo tiempo anestesiar a la oposición interna, en esta oportunidad no pudo presagiar la letal combinación de acontecimientos inesperados y consecuencias que lo tomaron por sorpresa (quizás Raúl Castro, por falta de costumbre-acostumbrado a permanecer a la sombra del hermano-, se indigestó con la figuración en la inservible pasarela de Cancún y con la presencia de Lula en Cuba; y quizás esto demuestra que Fidel Castro ya no tiene fuerza de voluntad para inmiscuirse en el manejo de los pormenores del control policíaco), y la reacción fue de una torpeza política imprevista: una desvergonzada e injustificable represión contra las Damas de Blanco, provocando un choque violento entre la fuerza de la sinrazón de un Estado totalitario de carácter fascista (con sus camisas pardas en todo su siniestro apogeo) y la fuerza de la razón de una disidencia pacífica con grandes valores éticos y morales. El resultado: la simpatía y la solidaridad mundial- hasta de actores políticos de izquierda que tradicionalmente respaldan al régimen de La Habana- con la causa de los demócratas de la isla, y el descrédito definitivo de ese experimento social que ha destruido a la nación cubana.

Asfixiado políticamente en su propio juego de matón de barrio, sin liquidez para pagarle a las empresas extranjeras con las que mantiene negocios y con una escasez de alimentos que pone al país al borde de la hambruna, el castrismo ha acudido al único conejo que se puede sacar del sombrero: la iglesia católica cubana.

A pesar de que Fidel Castro ha humillado a la iglesia católica cubana y la ha usado a su antojo y conveniencia, la iglesia siempre ha estado dispuesta a negociar sus intereses y su supervivencia por encima de los de la nación. Su mutismo, desde que Pérez Serantes fue silenciado, no se rompió con la visita del Papa Juan Pablo II ni con algunas tibias cartas pastorales del cardenal Ortega y Alamino, aunque la jerarquía católica y sus fieles así nos lo quieran vender. Y es que a pesar de la conexión de lo terrenal con lo divino que presume la institución católica, y de conocer todas las causas y circunstancias que condujeron al país al atolladero actual, ha sido incapaz de prever escenarios futuros y de leer los tiempos, aferrada como ha estado a una estrategia de no confrontación.

El castrismo, sabiendo que su desaparición es inevitable, busca alargar su agonía mediante la intervención de la iglesia. Y para eso procura el amparo de la sotana del cardenal Ortega y Alamino. Una sotana que, aunque para nada tan respetable y prestigiosa como la primera, ha demostrado su utilidad y su amoralidad justificando en muchas ocasiones la posición del gobierno con una postura ambivalente, voluble, en ocasiones desfasada y con frecuencia evitando desafiar y confrontar las atrocidades del poder, y lo que es peor, coincidiendo con su discurso ideológico. El señalamiento del cardenal Ortega y Alamino de que existe una campaña mediática contra Cuba, es sólo el ejemplo más reciente.

En la aparición-sígase entendiendo en el sentido cristiano- de la segunda sotana del castrismo, nuevamente la casualidad involucra a la iglesia católica cubana, aunque esta vez ha sido una casualidad cognoscitiva brusca, incierta. Una casualidad, ahora sí, accidental. La iglesia no esperaba ser llamada a desempeñar el papel de mediadora, pero lo ha asumido convencida de que el régimen castrista, víctima de su propia naturaleza violenta, la necesita. Convencida de que el régimen ha sembrado vientos y está cosechando tempestades, y que sólo la iglesia puede evitar que la situación se salga de control.

La movida del castrismo ha sido inteligente, aguda. Al meterse bajo la sotana de Ortega y Alamino son varios sus propósitos:

1- Tratar de darle apariencia de bien intencionadas a sus acciones. Ya lo logró. El cardenal dijo que habían tenido una conversación “positiva, distinta y novedosa”; aunque no sabemos para quién.

2- Lograr que disminuya la presión internacional. Lo está logrando. En Europa Moratinos ha dicho que Ortega quiere lo mismo que él para Cuba. Y en otros países ven con optimismo el diálogo.

3- Bajarle la intensidad a la confrontación con las Damas de Blanco y Guillermo Fariñas. Lo lograron al generar división hacia el interior de las Damas, al provocar reacciones encontradas de los diferentes grupos de oposición, al crear expectativas y esperanzas de liberaciones de prisioneros, y al ponerle presión a Fariñas para que ceda en su huelga.

4- Crear nueva atmósfera de cambios políticos y económicos importantes, que apacigüen la tensión social, ante los graves problemas de abastecimiento alimenticio que afrontan.

La movida es tan hábil que parece improbable que sea iniciativa de Raúl Castro. Tiene, sin duda alguna, el signo de la astucia, la habilidad, la hipocresía y la simulación política de Fidel Castro. Y también tiene la marca de agua-cada vez más visible-de su falta de ética en el manejo de la razón de Estado, a través de lo que históricamente ha sido su arma favorita: el chantaje. Y el cardenal se ha prestado, sin el menor asomo de escrúpulos, a ser el vocero de semejante deshonor: liberación a cambio de que dejen de marchar las damas de apoyo.

La respuesta de Laura Pollán (imagino que con el apoyo de la mayoría de las que han marchado domingo a domingo y de los propios presos) ha sido de una dignidad que debería avergonzar a Ortega y Alamino: "Nosotras le dejamos claro a la Iglesia, como se lo hemos dicho en otras ocasiones a la Seguridad del Estado, que eso no lo podemos hacer, porque no podemos decir a una mujer que se ha solidarizado con nuestra causa y nos apoya, que no venga".

Si con la intervención de Pérez Serantes durante la dictadura de Batista el rol de la sotana era claramente lograr un cambio radical en el orden sociopolítico de la nación y subvertir el control del gobierno sobre los destinos del país, la posición de Ortega y Alamino en esta intermediación con el castrismo no está clara. Y no lo está por tres razones básicas:

1- Ni la iglesia ni el gobierno han sido transparentes al hablar de la naturaleza del diálogo.

2- La iglesia coincide con la propuesta gubernamental para solucionar el diferendo entre gobierno y oposición por la libertad de los presos: fin de la huelga de Fariñas y salida del escenario político de las Damas de Apoyo.

3- La iglesia no puede ser un intermediario legítimo, mientras no exija que en la mesa de las negociaciones estén las Damas de Blanco o alguna cabeza visible de la oposición en representación de los presos políticos. Sólo así el gobierno demostraría su legítima buena voluntad.

El castrismo, aunque socorrido por la sotana de Ortega y Alamino, tiene pocas opciones en esta encrucijada en la que lo ha colocado su actual estatus de decadencia. Por un lado no puede dejar morir a Fariñas y contemplar cómo otro disidente negro toma su relevo. Por otro, no puede soltar a los presos políticos sin obtener algo a cambio. Y si, como ya comprobó, no puede cambiarlos por los cinco espías presos en Estados Unidos (otra argucia salida de la febril mente de Fidel Castro), va a buscar, al menos, el fin de las Damas de Blanco, porque el costo político que le han hecho pagar estas mujeres ha sido demasiado alto. En pago, la iglesia podría recibir algunas prebendas, como mayor participación en los medios de comunicación oficialistas o incluso hasta la apertura de espacios en el deteriorado sistema educacional.

El problema fundamental detrás de estos juegos políticos castrismo-iglesia es que olvidan tomar en cuenta la variable más importante en la ecuación: el tiempo. El tiempo de la dictadura castrista se acaba. Al final, ni la iglesia ni los Castro ni la oposición son factores tan decisivos como el hambre, la desesperanza y el inmovilismo. Y lo que Cuba necesita no son curaciones paliativas, sino una cirugía radical. No son reformas socioeconómicas, sino el cambio del sistema político. Lograrlo de manera pacífica sería lo ideal, ¿pero estaría el castrismo dispuesto a ello? No lo creo. Si se aferra a la rigidez caerá violentamente. Y si hace concesiones políticas (pluripartidismo y libertad de expresión) y económicas (propiedad privada) caerá más temprano que tarde. Pero esta segunda variante, de ser negociada, puede resultar menos traumática para el futuro de la clase que hoy gobierna, o al menos para sus descendientes, aunque todo indica que la gerontocracia en el poder es tan egoísta que no es capaz de pensar ni en su propia familia.

Si tal como parece, con la intervención de la sotana de Ortega y Alamino el régimen sólo busca alargar su agonía el mayor tiempo posible, ya sabemos cuál será el efecto: se atrincherará hasta el final sangriento que nadie quiere, pero que será inevitable.

Quizás entonces, y sólo entonces, sabremos qué le sabía Fidel Castro a Enrique Pérez Serantes, que lo sumió, de la noche a la mañana, en un siniestro vacío. Y sabremos si el comentado chantaje con la sexualidad de Ortega y Alamino resulta cierto. Después de todo, el tiempo es indetenible y los archivos de la policía política se abrirán de par en par.

2 comentarios:

Lori dijo...

Dopico, sería injusto si no te hiciera un comentario. Sencillamente haz hecho un análisis formidable.Congratulaciones.

El tiranicida dijo...

Gracias, Lori