martes, 4 de mayo de 2010

Los Perros y la Carne

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - No estoy obsesionado con el tema de los policías corruptos, pero la mayoría de los vendedores ambulantes en esta ciudad viven marcados por el síndrome de la extorsión, debido al chantaje de la policía.

“A fin de cuentas –dice un vendedor-, los policías son unos tipos a los que sólo los diferencia del ciudadano el uniforme azul y la pistola. Se percatan de que la cuenta no les cuadra a la hora de contar el salario y enfrentan las mismas necesidades que los demás”.

Llegamos a la conclusión popular de que “la ideología se pintó de verde y se la comió un chivo”. La batalla fue ganada por el hambre y otras miserias cotidianas.
Antes del año 1959 abundaban en la isla los vendedores ambulantes. Par muchos, su negocio era símbolo de independencia. No faltaban los policías que extorsionaran, pero eran la excepción, no la regla.

La revolución fidelista puso las cosas patas arriba; de un manotazo y por decreto fueron intervenidos los pequeños y grandes negocios y el Estado monopolizó villas y castillas.

A la vuelta de cincuenta años las autoridades no encuentran cómo arreglar el desastre que crearon y reinan el caos y la escasez. El mercado negro compite con el estatal y va ganando terreno. Entonces, los policías entran en escena.

Ediesmel Manzano tiene 27 años y vende carne. Se levanta a las cuatro de la mañana y se prepara para las condiciones anormales en que debe vender, enfrentándose al regateo de los compradores y sorteando las multas y amenazas de inspectores y policías:

“Anteriormente los vendedores clandestinos éramos chantajeados por los inspectores. Los tipos llegaban al sitio donde vendíamos la carne y colocaban sobre la mesa el maletín. Sin que mediara una palabra les entregábamos el pedazo de carne, se iban, y así evitábamos las multas. Las cosas se han complicado, porque a los inspectores se le han sumado los policías” –explica.

Lisandro Herrera, de 34 años, trabaja como vendedor independiente. “Alquilé –dice- una casa en mi barrio porque la mía es muy pequeña. Le pago todas las tardes a la persona que me brinda su vivienda. Encima de eso, tengo que ir a la casa del jefe del sector de mi barrio, y entregarle al tipo dinero o carne de la que vendo. A veces vienen otros policías y tengo que hacer lo mismo. Si no, me llevan preso y me decomisan la mercancía. La carne que me decomisaban antes de entrar en arreglos con la policía también se la comían. Se la repartían en la estación, como perros”.

Así van las cosas en mi ciudad; de alguna manera cada uno tiene su obsesión, la de los policías es la carne y la de los vendedores, los policías.

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