Nosotros los Cobardes
Desde ayer la contradicción corroe mis sentimientos. Por un lado, siento orgullo de que en medio de tanta podredumbre ,de tanta destrucción, de tanta miseria material y moral, exista un hombre como Orlando Zapata Tamayo, que lleva más de sesenta días en huelga de hambre, como gesto de rebeldía, tan heroico como suicida, en protesta por la injusta prisión a la que ha sido condenado-55 años por tantas condenas acumulativas. Por otro lado, me pregunto: ¿vale la pena que este hombre joven muera por culpa de la obsesa, mezquina y despiadada actitud de una dictadura que aún hoy, después de más de medio siglo en el poder, sigue sedienta de sangre? ¿Vale la pena que muera, cuando millones de cubanos viven impávidos, inmóviles ante el mismo horror que impulsó a Orlando Zapata Tamayo a la cárcel? ¿Vale la pena, cuando millones de cubanos huimos de la desesperanza y el desasosiego, para no terminar en el mismo lugar en el que hoy está este hombre, que el único delito que ha cometido es disentir? No tengo respuestas. Al menos no una respuesta que me alivie el sentimiento de culpa. Una culpa que me obliga a preguntarme por qué he sido tan cobarde, por qué no estoy allí, al lado de ese hombre merecedor de mejor destino, y me limito a pensar, a juzgar, a inquirir, a observar sus acciones.
Siempre he pensado que no tengo vocación de héroe ni de mártir, y que si es así, como decía Cabrera Infante, ante una dictadura de izquierda sólo se puede estar lo más lejos posible. Pero si esa dictadura logra que cientos de miles de personas en un concierto habanero prefieran el circo al honor; que millones de personas prefieran el obsequioso aplauso y tributar agasajos a su victimario antes que escupir su rostro, entonces pienso que tal vez no estoy suficientemente lejos.
Pero al escuchar la voz de la madre de Orlando, llena de angustia, de dolor, diciendo que va a tratar de que su hijo ingiera el medicamento que lo puede ayudar a sobrevivir, entonces lloro, miro al cielo y le imploro a Dios para que ilumine a este hombre, y haga que desista de matarse en un digno pero innecesario sacrificio; para que lo ilumine y logre que entienda que su gesto ya ha sido suficiente para salvar el alma de nosotros, los cobardes; y también rezo por Orlando, y le pido, creyendo que puede escucharme, que mire hacia atrás, que se vea en el espejo de los que han muerto en vano, mientras el pueblo cubano, indolente, abatido, sin orgullo ni altivez, vive en el eterno despelote, en la ingravidez moral, en el simple carnaval, arrollando la dignidad al ritmo de la lata y el palo, en una conga nacional abotargada, y arrodillado en una vil adoración a la doble moral y el hedonismo. Y le sigo pidiendo que mire atrás, para que vea que la historia se rinde ante la evidencia, que en la nación cubana el decoro siempre ha sido asunto de unos cuantos. Lo fue en la lucha contra España. Lo fue en la lucha contra Batista. Y que si entonces bastó, ahora también bastará. Y le vuelvo a pedir, por favor, Orlando, lucha, no te mueras. No cargues más la conciencia de nosotros, los cobardes.
No sé si la dictadura de los Castro caerá sin violencia, por agotamiento interior, enferma como está de cáncer terminal. No sé si las necesidades económicas, financieras, políticas y culturales podrán más que el aparato represivo. Ni siquiera sé si los cubanos están, oportunistas como son los pueblos, esperando hasta el último momento, hasta que la fruta, llena de gusanos, caiga, para aplastarla bajo sus pies. Pero lo que sí sé, es que la dictadura, sin liderazgo, sin pluralismo, ahogada en sus herrajes de control, sólo puede hacer una cosa para salvarse: matar a Orlando Zapata Tamayo. Pero nosotros, los cobardes, en nuestra cobardía, sólo podemos hacer dos cosas para evitarlo: denunciar la brutalidad del régimen y pedirte que no te mueras, Orlando, porque la Cuba que vendrá después te necesita.
Mientras tanto, herido, a voz en cuello, desgarro en un grito este poema:
HE VISTO donde la patria
escupe su destino,
donde el mal
deslumbra al bien,
donde la cabeza
desbarata el cuello del mundo,
donde un marinero
bebe sus horrores más entrañables
y la gloria de la batalla
ya no es un cadáver exquisito.
He visto donde la posteridad
devora su linaje,
donde el escarabajo
inventa la tierra,
donde el oro
chupa hasta el humo del amor,
donde el carcelero
apalea un endecasílabo con su gaita gallega
y el remo de Ulises
ya no es el arte del regreso.
He visto donde el caudillo
corona la furia,
donde el comején
ilumina las paredes y rumia
y el huerto del profeta
ya no florece en Getsemaní.
He visto donde la música
esconde sus anzuelos,
donde el poeta
murmura la carnada
y las sardinas de la rabia
ya no son mujeres desnudas.
4 comentarios:
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Orlando Zapata Tamayo, no merecemos los cubanos que mueras por defender nuestros derechos, los derechos que no son capaces de defender sobre todo los de adentro que están siendo maltratados a cada segundo. No merecemos que ofrendes tu vida porque mientras los cubanos de adentro, los que quedan, no se den cuenta "que vivir en cadenas es vivir en afrenta y oprobio sumidos..." todo seguirá igual y los Ramiros Valdés seguirán humillándoles diciendo que "el papá estado no podrá seguir manteniéndoles". Como si esa gerontocracia fuere la que hiciere algo por el pueblo cubano que no sea esclavizarlos.
Estoy de acuerdo contigo, de cabo a rabo. Gracias, por el poema, también. Aunque pienso que exiliarse no es una cobardía, hay que ser muy valiente para exiliarse de verdad, y no de mentira, como han hecho otros. El exilio es una de las pruebas más duras que hemos tenido que soportar los cubanos. Por culpa del exilio, José Martí, sintiéndose cobarde, regresó a Cuba, y se "suicidó" prácticamente. Recibe un abrazo, de quien te admira.
Gracias Zoé, la admiración es mutua
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