Rafel Alcides, Cuba
Se suponía que en la sociedad futura, la del comunismo (escribo en Cuba) no existirían contradicciones. "Eso es un error", me decía en 1960 mi amigo el escritor y diplomático ruso, ya entonces muy crítico, Yuri Paporov, "porque siempre existirá un conflicto que está incluso en las ciencias naturales: la lucha entre lo viejo y lo nuevo".
Es un conflicto que en la Cuba de los últimos tiempos ha empezado a tomar cuerpo. En gran parte, la juventud que aún no se ha marchado sueña con hacerlo. Y la que se quedó se ha vuelto respondona. No sólo dicen lo que piensan cuando el policía intenta reprimirlos sino que les van arriba, como sucedió días atrás en el teatro Karl Marx durante la venta de entradas para la entrega de los premios Lucas.
Estas señales me permiten suponer que a la disidencia histórica, ésa que ha pasado la línea de los setenta o anda cerca de ella, le aguardan días de un sosiego absoluto, de una tranquilidad casi monástica, por lo que le recomiendo caminatas para no engordar y coger sol, mucho sol.
Nunca tuvieron espacio para moverse, la gente de la edad de ellos; por otra parte, están cansados, es decir, cuando de soñar se trata, esos viejos sueñan con que sus nietos logren el permiso de salida para por fin abandonar el país, y cuando no, que consigan ser "filtrados" e incluidos en el personal de una Firma comercial. Y en el mundo de los jóvenes, nunca tendrían quórum los disidentes.
Les pasa en ese mundo de lo nuevo lo que al gobierno: los jóvenes siguen a los jóvenes, les temen a los viejos tanto como los viejos les temen a ellos.
Visto así, los de la fraterna disidencia histórica han de ser hoy, para la Seguridad del Estado, enemigos jubilados. Con tantos jóvenes por vigilar, y el trabajo que estos les están dando, prefieren dejar a los históricos con sus viejas costumbres de hablar por Radio Martí, emisora tan bloqueada que de casualidad puede escucharse, e ir al peligro, ir a donde esos muchachitos y muchachitas llamados blogueros, de teléfonos celulares, que se han adueñado de Internet, y que no paran tomando fotos y enviando mensajes.
En un país donde durante cincuenta años la ciudadanía llegó a olvidar que existía la libertad de palabra, estos jovencitos que la han redescubierto no dejan de usarla, porque además, cosa curiosa, tal vez por jóvenes y como tales osados, han perdido el miedo y —lo que es de tener muy en cuenta al valorar cómo quitárselos de encima— son gente ilustrada, universitarios casi todos, en un país, por otra parte—cosa también a tener muy en cuenta—, donde el sesenta por ciento de la población nació después de 1959.
"Este —me los imagino diciendo allá en el Buró Político— es el hombre nuevo", sin que falte el que conteste en plan de consuelo: "Cría cuervos, que te sacaran los ojos". Pero, en cualquier caso, esa es la situación. La plaga de los blogueros se ha extendido por el país, hoy son cientos, y como eso se ha convertido en una moda y verse diciendo lo que uno piensa complace tanto, antes de que el año termine serán miles.
Pronóstico: entreveo una arremetida inminente contra esta nueva prensa: la misma que usando los medios tradicionales acabó con la URSS; aquí circula en CD por los patios, por las ventanas. Tenías razón, Yuri.
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