De Cómplices y Teatro
Por Raúl Dopico
Hay momentos en la vida, yo no sé... Hay momentos en la vida en los que uno tiene que ser consecuente y conservar una pizca de dignidad al menos. Y digo esto porque resulta que hoy sábado 27 de marzo la Universidad de Miami ha organizado un evento en el que sientan juntos a Antón Arrufat, Abelardo Estorino, Eduardo Manet y Matías Montes Huidobro. Y si bien uno no tiene derecho a decirle a la gente al lado de quien se sienta, a lo que sí tiene derecho es a valorar a esas personas que están ahí sentadas, hablando del teatro de los años 60, mientras el teatro realista de hoy, el que estalla en las calles, es ignorado o ninguneado.
Arrufat ha dicho que él se enteró en Miami de lo de Las Damas de Blanco y de Fariñas, y es vergonzoso tanto cinismo. El, basura durante dos décadas bajo el castrismo, mancillado en todos los sentidos por esa dictadura, que se ha inclinado de espaldas, cediendo su alma a cambio de la rehabilitación, debiera, al menos por respeto a los que luchan por salvar a la nación de las garras de tanta amoralidad, corrupción y fracaso, tener el valor de ser honesto una vez en su vida.
Abelardo Estorino es despreciable, como despreciable es el hecho de que Uva de Aragón y Alberto Sarraín lo hayan invitado. Este hombre firmó la carta de apoyo al fusilamiento en abril del 2003 de los tres jóvenes negros que intentaron llevarse la lanchita de Regla (esto seguro sí lo sabe Arrufat, porque lo publicó el Granma). Es indigno que esté en Miami-al lugar al que esas tres pobres víctimas de la bestialidad castrista querían venir-, una persona que se manchó las manos de sangre validando, dando la aprobación para un asesinato de Estado como ése, cometido para servir como supuesto escarmiento atemorizador.
Tanto Matías Montes Huidobro como Eduardo Manet se convierten en cómplices de tan vil crimen, al sentarse junto a Estorino. No se puede tener un "debate civilizado", como apunta Huidobro, cuando el que está sentado a tu lado es un personaje de semejante calado ético y moral.
Por demás, venir a hablar del teatro cubano de los 60 a Miami, en tiempos tan convulsos en Cuba, es de una falacia trascendental. Dejémoslo claro. Más allá de la obra de Virgilio Piñera ("Dos viejos pánicos", "Electra Garrigó"-se repuso en el año 60-, "El Filantropo", la extraordinaria "Siempre se olvida algo", la exitosa "Aire frío" y "El no", por sólo citar algunas) y de "La noche de los asesinos" de Pepe Triana (que, como siempre, con una autoridad y una dignidad que le traquetea el mango, dijo no a la invitación), el teatro de esa época es un teatro menor. Incluyendo a "Los siete contra Tebas", que de no ser por la excesiva relevancia política atribuida por la estupidez cultural castrista, hubiera pasado sin penas ni gloria, porque es una obra bastante instrascendente, teatralmente hablando, a pesar de apropiación griega.
Pero esas cosas pasan cuando gente mediocre se inserta en las estructuras académicas universitarias para vivir del cuento, o más bien, para parafrasear al propio Estorino, "Morir del cuento".
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