domingo, 14 de marzo de 2010

Espionaje a la Española

La fracasada ‘operación Cuba’ de ZP: nuestra agente en La Habana

Manuel Cerdán

Si Graham Greene en la novela Nuestro hombre en La Habana creó el personaje de un vendedor de aspiradoras para espiar en la isla, el presidente Rodríguez Zapatero envió en el otoño del 2008 a la capital cubana a toda una secretaria general del CNI.


Moratinos tiende la mano a Raúl Castro, que cobija a etarras.  /Efe

Moratinos tiende la mano a Raúl Castro, que cobija a etarras. /Efe

Si Graham Greene en la novela Nuestro hombre en La Habana creó el personaje de un vendedor de aspiradoras para espiar en la isla, el presidente Rodríguez Zapatero envió en el otoño del 2008 a la capital cubana a toda una secretaria general del CNI para ejecutar un plan de La Moncloa de cara a propiciar una transición a la democracia.

Para plasmar el proyecto Zapatero colocó de asesora en la Embajada española a Esperanza Casteleiro, la número dos del servicio secreto español. La decisión gubernamental provocó cierta sorpresa entre sus compañeros del Centro porque aquel era un destino poco habitual para toda una secretaria general que disfrutaba de la categoría de subsecretaria. Su antecesora, María Dolores Vilanova, había recalado en el Ministerio de Justicia y no en un lejano y arriesgado destino caribeño. Además, el hecho de que no fuera removida la delegación del CNI en La Habana despertó más suspicacias. Pero la orden llegaba a la sede del espionaje español en la carretera de La Coruña directamente desde la Presidencia sin más adornos. Estaba claro que Casteleiro no se desplazaba a Cuba para espiar a los terroristas de ETA. Su objetivo en la Embajada era de mayor nivel. Zapatero tenía un plan.

Ni en el Gobierno ni en el servicio secreto estaban al tanto de la operación Cuba que Rodríguez Zapatero había pergeñado y en la que la número dos del CNI estaba llamada a ser una de las piezas claves. Quienes conocieron aquel plan secreto señalan ahora que Casteleiro recibió el encargo de hacer de “enlace” de España con la CIA en la nueva administración Obama y con la oposición cubana en el exilio de Miami. Su principal misión: impedir un giro traumático tras una repentina muerte de Fidel, que pasaba por una grave enfermedad.

Un año antes el presidente ya había designado como agregado de Interior en La Habana al comisario Vicente Cuesta Macho, nacido como él en León y jefe de seguridad de La Moncloa. Aquella designación motivó la protesta de los sindicatos policiales porque existían otros candidatos, como Modesto García, por delante de él en el escalafón, pero finalmente Cuesta recaló en Cuba. Su cometido: no hacer nada que molestara a los cubanos.

En octubre/noviembre de 2008, Obama todavía era un proyecto –candidato a la Casa Blanca–, pero todas las encuestas aventuraban que iba a derrotar a McCain. Zapatero se había comprometido con Aguirre, el embajador de EE.UU en Madrid, de origen cubano, con quien el Gobierno mantenía unas excelentes relaciones, a facilitar en Cuba un tránsito pacífico a la democracia. El favor era una treta para apaciguar las tensas relaciones que arrastraba de la era Bush.

Zapatero convenció a EE.UU de que, si alguien podía realizar la tarea ante el régimen castrista, ese era su Gobierno. Además de ser el representante de la Unión Europea en Cuba, España gozaba de fuertes vínculos históricos, sociales y comerciales con la isla. En 2007 la cifra de las exportaciones españolas se elevaba a 1.049 millones de euros y la deuda contraída por Cuba se colocaba, en 2008, en 1.700 millones. Asimismo, España era la gestora de las más importante fuente de ingresos del régimen de La Habana: el turismo. Allí están ubicadas las grandes cadenas hoteleras como Meliá. Otra empresa española, Altadis, disfrutaba de la exclusiva mundial de la comercialización de puros habanos.

Pero lo que fue diseñado como una operación de gran calado político acabó en un rocambolesco argumento para una película de espionaje. La trama de Nuestro hombre en La Habana se veía superada por la estulticia y la impericia de los emisarios de La Moncloa. Nuestros agentes no vendieron aspiradoras pero sí más de una moto. Esta es la historia con un título de cine: Nuestra agente en La Habana.

Esperanza Casteleiro nada más dejar su puesto en el CNI, en junio de 2008, fue recomendada a Zapatero por José Enrique Serrano, el hombre fuerte de La Moncloa después del presidente, de quien sus allegados aseguran atesora más poder que los ministros y la mismísima vicepresidenta primera María Teresa Fernández de la Vega. Casteleiro también contaba con el apoyo de Jesús del Olmo, un personaje de larga tradición en los servicios secretos, para quien llegaron a crear ad hominem un cargo de nuevo cuño, el de director adjunto del CESID cuando lo mandaba Félix Miranda.

El general Del Olmo formaba parte del círculo de Serrano, a quien conoció cuando él era jefe de gabinete del ministro de Defensa, Julián García Vargas, y el político ocupaba la Secretaría General del vicepresidente Narcís Serra. En 1995, en aquellos años de convulsión política, la pareja se encargó de buscar con Jesús Santaella, el abogado de Mario Conde, una salida negociada para el caso Banesto ya que el presidente González, según ellos, reconocía que su intervención había sido un error. El banquero se negó a cualquier transacción.

La buena entente entre Del Olmo y Serrano explica también el nombramiento de Alberto Oliart al frente de la Corporación TVE. El general, que perteneció al gabinete técnico de Defensa cuando Oliart era ministro de UCD, ha trabajado para su despacho profesional en el madrileño barrio de Los Jerónimos.

En círculos políticos se conoce a ese grupo de influencia como el clan de Uclés, formado por Serrano, Del Olmo y el actual director del CNI, Félix Sanz. Un nido de espías que recibe ese nombre porque Serrano y Sanz nacieron en la población conquense de Uclés.

Esperanza Casteleiro Llamazares, la elegida de Zapatero, carecía de recorrido para un plan de tanta envergadura. Nacida en Madrid en 1956, casada y con tres hijos, había ingresado en el CESID en 1983 después de cursar los estudios de Filosofía y Letras y Ciencias de la Educación en la Universidad Complutense de Madrid. Hija de un coronel del Aire, presentaba una buena hoja de servicio, pero sin experiencia en Cuba. En La Casa, como se conocía al antiguo CESID, fue jefa de la Secretaría de la División de Inteligencia Interior bajo el mando del general Santiago Bastos. Estuvo destinada en Brasil (1997) y durante años se encargó del área de Recursos Humanos. El 27 de septiembre de 2004 el primer Gobierno de Zapatero la nombró secretaria general del Centro, de facto, la número dos del espionaje español. Su presentación en sociedad se produjo el 12 de octubre de 2007: representó al CNI en los actos de la Fiesta Nacional en la plaza de Colón de Madrid. Una de las pocas fotos que existe de ella en los archivos públicos está realizada en ese día. En junio de 2008 fue sustituida en la Secretaría General por otra mujer, Elena Sánchez Blanco.

Tras su reemplazo, a petición del entonces director del CNI Alberto Sáiz –lo que provocó un enfrentamiento con la ministra de Defensa Carme Chacón–, pensaron para ella en un destino burocrático en el Centro, pero Zapatero la rescató para miras mayores. Su desconocimiento del inglés no supuso merma, ya que sus mentores argumentaron que no lo necesitaba ni para Cuba ni en Florida, donde reside la oposición en el barrio conocido como Pequeña Habana.

Misión: los menos radicales

Casteleiro aterrizó en la isla con una función muy precisa. Iba a dejar de ser una espía al uso para dedicarse a labores de inteligencia. Su misión era la de sondear la situación política en La Habana y tratar de tender puentes con los opositores menos radicales en el exilio de Miami. Zapatero estaba obsesionado con convertirse en el primer líder que conseguía unas relaciones plenas entre Estados Unidos y Cuba y en un guía para una transición a la democracia que tanto se añoraba en Occidente. Según sus planes, dos hechos coyunturales le facilitaban el trabajo: la enfermedad de Fidel, que lo había colocado en un segundo plano, y la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Desde hacía un año Raúl Castro estaba al frente de la jefatura de Estado en sustitución de su hermano Fidel que seguía convaleciente. Los otros dos candidatos –Felipe Pérez Roque, de 43 años, ministro de Asuntos Exteriores, y Carlos Lage, de 56, vicepresidente económico del Consejo de Estado–, mucho más jóvenes y reformistas que el hermanísimo, habían sido excluidos por la vieja guardia del régimen.

La ex secretaria del CNI nada más llegar a La Habana comenzó a coquetear con los dirigentes más aperturistas del castrismo. Entre ellos, Lage y Pérez Roque, que seguían contando con prestigio internacional y estaban llamados a ser una solución de futuro. Formaban parte de un reducido grupo de líderes con grandes ambiciones políticas para cuando Cuba iniciara una pacífica transición tras la muerte de Fidel.

Esperanza comenzó también a tantear a los españoles que residían en Cuba y mantenían un estatus privilegiado con el régimen castrista. Como en la novela de Graham Greene contactó con su particular vendedor de aspiradoras. Se trataba de Carlos Hernández, un ciudadano cubano de 60 años que desde hacía una década era el delegado de la Sociedad para la Promoción y Reconversión Industrial (SPRI) dependiente del Gobierno vasco, que conservaba estrechos vínculos con el CNI. Reunía la cualidad de ser amigo del vicepresidente Carlos Lage desde la infancia. El vascocubano además mantenía en Cuba hilo directo con el grupo UGAO, establecido en La Habana desde 1987 y dirigido por el militante de ETA José Miguel Arrugaeta. Por todo ello conocía de cerca la presencia de numerosos etarras en la isla.

Hernández, que según el servicio secreto cubano G-2 era un colaborador del CNI en la isla, organizó una comida en su residencia La Finca en Arcos de Canasí, a unos 60 kilómetros de La Habana. Al festín asistieron los dos personajes clave: Lage y Pérez Roque. Ha sido imposible verificar si a ese almuerzo asistió algún miembro de la Embajada española o del CNI, pero es muy probable. El motivo del encuentro era conocer de primera mano la opinión de los líderes más significativos de las nuevas generaciones cubanas sobre los cambios que necesitaba la isla. La reunión fue grabada subrepticiamente con un equipo de video y audio que, al parecer, previamente, había sido facilitado a Hernández por el CNI. La cinta cayó en manos de la inteligencia castrista para desgracia de Lage y Pérez Roque. En la cinta se podían escuchar expresiones en las que éstos ridiculizaban la incapacidad política de Raúl Castro para liderar el país y hacían chistes sobre la edad y la enfermedad de Fidel, entre otros comentarios políticos sobre el futuro de Cuba.

Hernández fue arrestado por los agentes del G-2 el 14 de febrero de 2009 en el aeropuerto de La Habana cuando se disponía a abandonar el país con dirección a Bilbao. Una semana después, agentes de la contrainteligencia cubana realizaron un registro en las oficina de la SPRI de la que se llevaron numerosa documentación. Lo acusaron de trabajar para el CNI y para refrendar esa acusación le mostraron unas fotos de un encuentro con Esperanza Casteleiro en un restaurante de La Habana.

La versión de Defensa

Tras el escándalo, el Ministerio de Defensa español se precipitó a filtrar a la prensa amiga una versión complaciente de la situación. Señaló que aunque Conrado Hernández mantenía una relación fluida con el CNI en la isla, como otros muchos españoles, nunca se fiaron de él porque en Madrid temían que trabajara para el G-2 cubano. Era una manera de justificar el patinazo y proteger a unos de sus colaboradores después de la chapuza de los agentes españoles.

A continuación Lage y Pérez Roque fueron relevados de todos sus cargos. Junto a ambos también cayeron el responsable de Internacional del Partido Comunista Fernando Ramírez de Esternoz y el vicepresidente del Consejo de Ministros, Rivero. Para el régimen, eran unos traidores que olían a cambio y renovación y un mal ejemplo para la revolución. En palabras del propio Fidel Castro: “El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos”.

Paradójicamente la
operación
Cuba de Zapatero
en lugar de facilitar el tránsito a la democracia sirvió para que el búnker de la isla arrinconara aún más a los dos líderes más moderados del régimen y se enrocara en posiciones más radicales. En mayo pasado el Gobierno cubano relevó a su embajador en Madrid, Alberto Velazco, que había sido nombrado por Pérez Roque.

El incidente llevó a los servicios secretos cubanos a detectar las actividades secretas que desde la Embajada ejercía la ex número dos del CNI. Tirando de archivo y registros obtuvieron que Casteleiro se había entrevistado en Miami con miembros de la oposición en el exilio. A los agentes del G-2 no les resultó difícil reconstruir los pasos de Esperanza Casteleiro ya que disponen de una vasta red de espías en territorio norteamericano.

A partir de entonces la misión secreta de Zapatero quedaba herida de muerte. El tiro de gracia llegó cuando las autoridades cubanas le retiraron el pasaporte diplomático a Esperanza Casteleiro y la expulsaron de La Habana en la primera semana de mayo de 2009. Las agencias de noticias españolas informaron entonces de que una agente del CNI había sido expulsada de la isla, pero no la identificaban como la número dos del Centro.

La experiencia cubana de la ex secretaria general fue exigua: sólo duró medio año. Con ella también abandonaron la isla otros dos agentes, uno de ellos había permanecido cinco años en aquel destino y el otro poco más de doce meses.

El plan secreto de Zapatero se iba al traste y todos los compromisos que el Gobierno español había contraído con la administración Obama quedaban truncados. “La CIA, que conocía las actividades de Esperanza Casteleiro y estaba al tanto de todos sus viajes a Miami, tuvo sus dudas sobre la limpieza de esa operación. Llegó a sospechar de que el Gobierno español ejerciera un doble juego con Washington y La Habana. Temía que Madrid exhibiera mano firme ante el servicio secreto norteamericano, pero después se desinflara ante los cubanos. Al menos eso fue lo que me dijeron a mí”, confiesa un español que colabora con los servicios secretos norteamericanos.

No era la primera vez que la inteligencia española incurría en el mismo desliz. A comienzos de los 90 una delegación del entonces CESID se desplazó a Miami para sondear a la oposición cubana en el exilio. El grupo estaba formado por un alto cargo del área de Inteligencia Exterior, por el jefe de área de Centroamérica y por una agente analista de Cuba. Los espías españoles se entrevistaron con el hijo de Carlos Alberto Montaner y con otros representantes de la diáspora cubana. Las entrevistas, en teoría, se realizaron confidencialmente, pero la información fue publicada al día siguiente de manera ilustrada en los diarios de Miami ante el asombro de los agentes españoles. “Aquello fue inaudito. Nos dimos cuenta de que la oposición estaba totalmente agujereada por elementos del G-2 cubano”, recuerda ahora uno de los miembros del CESID que participó en el operativo. Después de Miami la delegación del CESID voló hasta La Habana para sondear in situ la situación del país. El Gobierno le había pedido un informe sobre la viabilidad de un proceso democrático en la isla. Los agentes estuvieron vigilados en todo momento por compañeros de los servicios secretos castristas y regresaron despavoridos a España por el sistema de control que tenían desplegado para someter a la población.No resulta extraño que los expertos en espionaje de todo el mundo aseguren que el G-2 es el servicio de información con más agentes y colaboradores.

El CESID fue el primer servicio secreto de la OTAN que abrió relaciones con Cuba. Aquello provocó que el general Emilio Alonso Manglano se viera obligado a comparecer en Bruselas para dar explicaciones. España se escudó en que tenía que vigilar a los etarras allí residentes para justificar su actuación. La sede de La Habana tenía la categoría de delegación, las que funcionan con el conocimiento del país anfitrión, a diferencia de las estaciones que, en algunas ocasiones, operaban clandestinamente. Pero los servicios españoles siempre desconfiaron de sus colegas cubanos. Esa suspicacia motivó que la Embajada española fuera una de las primeras en instalar una cámara Faraday, un recinto metálico que impedía la penetración en su interior de emisiones eléctricas o electromagnéticas. Así, los diplomáticos de la delegación española y los agentes del CNI podían reunirse sin riesgo a ser espiados por los castristas.

Tras el escándalo, el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, insistió en que la marcha de los agentes del CNI de la isla entraba dentro de la normalidad de los tradicionales cambio de destinos y que no se debía a ningún incidente extraordinario. La reacción de los cubanos fue menos tibia que la española. Acusaron de injerencia en su política interna a los agentes del CNI y trasladaron sus quejas por vía diplomática. Moratinos se vio obligado a llamar a consultas al embajador español en La Habana, Manuel Cacho, quien tan sólo permaneció en Madrid unas horas. Fuentes diplomáticas dijeron que aquel precipitado viaje era sólo por “motivos personales”.

Normalización política

En octubre pasado Moratinos viajó a Cuba y se entrevistó con su homónimo en Asuntos Exteriores y con Raúl Castro. Según Moratinos, el viaje sirvió para normalizar “todos los aspectos que quedaban por cerrar en lo que es una relación intensa bilateral entre Cuba y España”. Explicó que la “normalización” también incluía el caso de la expulsión de los agentes del CNI.

Todas las fuentes consultadas plantean la misma pregunta: ¿Por qué España reacciona con tanta tibieza ante los desplantes del régimen castrista y la violación sistemática de los derechos humanos en la isla? Un ex ministro de Aznar comenta que la única explicación que encuentra es la de una “trasnochada sintonía ideológica”.

“Los intereses que pueden explicar el comportamiento del Gobierno español con respecto a Cuba y Venezuela son muy distintos. Con Venezuela existen otros compromisos como los de un importante contrato de armas –patrulleras y aviones- y las importaciones de petróleo, pero con Cuba no encuentro ninguna razón económica”. El periodista Javier Valenzuela, que trabajó durante un tiempo en La Moncloa en el primer Gobierno de Rodríguez Zapatero, en su libro Viajando con ZP, recoge unas palabras del presidente español en respuesta a las críticas recibida en un viaje a Caracas: “A mí me tratan de comunista al servicio de Fidel Castro, alguien con quien jamás he hablado en mi vida”.

Una fuente diplomática, sin embargo, señala que Zapatero se mueve en política a base de flechazos: “Sus impulsos emocionales lo llevan a improvisar decisiones de gran calado”. Así nació la fracasada operación Cuba. Nuestra agente en La Habana quema ahora suela de zapato en los pasillos en la sede del Centro Nacional de Inteligencia. En esta novela de espionaje en lugar de aspiradores nuestros espías vendieron humo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

y ahora si llegó el circo perdón la democracia a cuba:

http://www.diariodecuba.net/cuba/81-cuba/706-disidente-se-presento-como-candidato-en-elecciones-del-poder-popular.html

Anónimo dijo...

Este artículo debe trascender y debe ser divulgado. Manifiesta lo político del asunto Cuba para los españoles y el pueblo? no me acuerdo y la Tiranía haciéndolos pasar por estúpidos.