jueves, 25 de marzo de 2010

La profecía de Fidel

Ricardo Pascoe Pierce

Hoy Cuba es gobernada por una casta burocrática declinante que ha perdido una franja significativa de su legitimidad social.

Poco antes de abandonar el poder, Fidel Castro emitió, en la Universidad de La Habana, una opinión grave sobre Cuba: si los errores de conducción de la Revolución no se corrigen, los cubanos van a lograr lo que el imperialismo nunca pudo: destruirla. Habló con crudeza sobre asuntos presentes ante los ojos del pueblo: corrupción en todos los niveles, robo hormiga en los centros de trabajo, productividad declinante, laxitud laboral, poca convicción revolucionaria y la enajenación masiva de jóvenes hacia el sistema político, entre muchos otros. Y fue con la plena convicción de que los errores iban a ser resueltos rápidamente por el poder en Cuba.

En vez de corregir los errores, el nuevo gobierno ha optado por reprimir a quienes disienten del rumbo actual de su país. O, dicho de otro modo, su respuesta a los errores tiene la intención de desaparecerlos con actos de fuerza. La represión contra el pueblo nunca es revolucionaria. De ahí que los problemas internos de la sociedad cubana no pueden ser solucionados por la policía política.

Hoy a Cuba la gobierna una casta burocrática declinante que ha perdido una franja significativa de su legitimidad social, en la medida en que el modelo económico y el político han fracasado. Gobierna, junto con Raúl y los viejos revolucionarios, una vasta red de juniors de la Revolución. Son hijos de los generales, viajan libremente por el mundo haciendo negocios en nombre de sus padres y de la Revolución y poseen depósitos bancarios importantes fuera de la isla, pues anticipan el colapso del modelo. Además, no cesa la represión a cuadros políticos altos y medios del Partido Comunista y a funcionarios del gobierno. El asunto no es sólo contra Lage, Miyar, Pérez Roque, Valenciaga y Soberón, entre otros purgados con métodos reminiscentes de Stalin. Hay una purga más extensa a los cuadros medios del partido, para acallar la creciente disidencia dentro del aparato estatal. Son voces que saben lo que está sucediendo: ven la corrupción del alto mando, expresan institucionalmente sus inquietudes y son despedidos de sus empleos, humillados ante sus subordinados y familiares, además de que terminan siendo expulsados del partido. Es decir, son convertidos en no personas.

Cuando un gobierno recurre a la represión, es porque los intereses son grandes e involucran a importantes actores de la política y la economía. Los gobernantes han perdido su noción de la realidad acerca del mundo en que habitan. La carta del embajador cubano en México, dirigida al Senado, es prueba fehaciente de ello: no entiende que este ya no es un mundo que cree fácilmente en su discurso, mismo que ni convence ni intimida.

Las lamentables, aunque oportunistas, expresiones de Lula, avalando la represión, sólo demoran las necesarias soluciones al enredo y muestran que la izquierda no sabe qué hacer frente a un gobierno de su corriente ideológica cuando reprime al pueblo. Lula debiera conocer mejor la situación, pero sus pretensiones “internacionales” lo llevan a un lamentable cortoplacismo que lo hace perder el lugar al que aspira en el mundo. Por otro lado, la dupla Fox-Castañeda se sumó ciegamente al proyecto de Bush sobre Cuba. De ahí la inutilidad de su intervencionismo sin rumbo ni futuro. La respuesta represiva de la casta gobernante cubana se debe a que no sabe qué hacer con sus miedos: a la justicia internacional, al fracaso de su proyecto político, a la ira de su pueblo.

La profecía de Fidel se está cumpliendo. El proyecto revolucionario ya no es tal y no hay una alternativa nítida al probable desastre. A México le conviene una transición pacífica, democrática y consensuada allá y a Cuba también. Pero, ¿cómo ayudar a inducir una democratización sin que ello implique una intervención indebida de EU? He ahí el dilema para la política exterior de México.

*Especialista en análisis político

ricardopascoe@hotmail.com

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