De los Muros, el Arte y las Mentiras de Nelson Herrera Ysla
Por Raúl Dopico
Son muchas las revistas dedicadas a las Artes Visuales que circulan en el mundo editorial en varios idiomas.: Art in America, Art Forum, Beaux-Arts Magazine, Art News, Art on Paper, ArtPremium Magazine, ArtNexus y American Art , son algunos ejemplos. En España nos podemos encontrar publicaciones como Lápiz y Arte y Parte, con varias décadas en el mercado, que son de calidad. Y hace un par de años vio la luz Arte por Excelencias, que se vende como “arte de las Américas y el Caribe”, aunque a juzgar por el número 5 año II de 2010 (el más reciente), que es el primero de esta publicación que cae en mis manos, y por las ediciones anteriores que se encuentran en la página de la revista en internet, más bien parece una revista dedicada a promover lo que acontece en Cuba, con el respaldo de la agencia gubernamental del gobierno cubano Prensa Latina. Trece son los autores cubanos en este último número, la mayoría de ellos con trabajos patéticos, sosos. Incluso un artículo titulado “Art Tequila” está escrito por un director de arte cubano que poco o nada dice, y que parece más bien cuatro párrafos escritos para algún catálogo promocional de la famosa bebida mexicana.
Por otro lado, la revista carece de lo que tal vez debiera ser su esencia: riqueza visual. El diseño es pobre y anticuado; y la fotografía con la que ilustran los trabajos no sólo es mínima, sino poco representativa, en algunos casos de mala calidad y en la casi totalidad mal diagramada dentro del diseño de cada artículo. El diseño a cargo de R10 haría bien en echarle un vistazo a algunos números de la revista print (America’s Graphic Design Magazine) en busca de ideas y referencias.
Un extenso artículo llama mi atención: Muros caídos, muros erguidos, de Nelson Herrera Ysla, en el que, sobre la tesis de que “Los muros siempre han existido y, al parecer, continuarán existiendo: unos han caído definitivamente mientras otros permanecen, y hay quienes se empeñan en levantar nuevos”, trata, para decirlo en buen cubano, a la cañona, de darle el mismo signo a todos los muros. Y es que cuando el escribano afirma “unos y otros para no dejar salir o entrar, que no es lo mismo pero es igual”, está tratando de encubrir o de disfrazar, tras un malabarismo lingüístico, circunstancias sociopolíticas, geopolíticas, económicas e históricas. Trata de emparentar los muros (ni siquiera desde el punto de vista arquitectónico lo son) bajo la sentencia de que “El muro es expresión de una ancestral bipolaridad: nosotros y los otros, y símbolo de una de las luchas constantes del hombre mientras haya vestigios de intolerancia, adversidad, choques y confrontaciones en el planeta”. Y pareciera como si para él la bipolaridad fuera símbolo del error, de lo defectuoso, de lo inhumano. Como si en todo lo humano no estuviera reflejada la bipolaridad (el autor, quizás iluminado por la ideología totalizadora del contexto en el que se desenvuelve, parece regirse por la homogeneidad, por la unidad, por el todo, por lo absoluto, como filosofía rectora de su cosmogonía), como si a partir de lo individual, del Yo, como elemento fundacional, no hubiera sido siempre indispensable el Otro, el complemento, la comparación, el reflejo, la contraparte, la oposición, el Sí y el No, lo Masculino y lo Femenino, el Yin y el Yan, Dios y El Hombre, El Hombre y La Mujer, Caín y Abel, en fin, el Yo y el Tú, esa bipolaridad que lo compone todo. Esa infinita e indispensable suma de individualidades en la que convivirán para siempre la intolerancia, la adversidad y las confrontaciones como partes sustanciales de la imperfección divina y humana.
Entonces, ¿cómo colocar en el mismo plano el muro de Jericó y La Gran Muralla China, hechos para protegerse del asedio de invasores foráneos-unos con el afán de reconquistar lo que creían suyo, y otros con propósitos imperiales? ¿Cómo colocar en el mismo nivel el Muro de Berlín-que se construyó para dividir una nación, y al mismo tiempo encerrar a una parte de esa misma nación y evitar que se juntara con la otra, considerada nociva, coartándole todas sus libertades individuales- y el muro que levantan los israelíes para defender su legítimo y ancestral territorio de los ataques del terrorismo fundamentalista árabe, que trata de quitarles los que les pertenece, para constituir una nación y un pueblo inexistente, inventado, como es el palestino? ¿Cómo comparar el muro de Berlín con el muro de la frontera de Estados Unidos-México, que tiene fines de protegerse de otro tipo de invasión: las migraciones ilegales de los márgenes al centro? Esta última comparación no analiza ni factores económicos ni políticos, ni intenta desentrañar las verdaderas causas de estas migraciones, y mucho menos la posibilidad real de que este fenómeno sea tolerado. Sólo es un planteamiento ideológico superficial hecho desde la evidente y profunda ignorancia del autor sobre el tema, que pretende darle un tratamiento tan reduccionista como insostenible desde cualquier óptica. Y la misma postura asume cuando habla del muro europeo.
Sin embargo, ni siquiera tiene la intención de hablar de un muro tan aborrecible como el de agua y diente de perro que existe alrededor de los 110 mil kilómetros cuadrados de la isla de Cuba. Ni del muro que hay en cada casa, en cada cuadra, en cada manzana, en cada mente, en cada idea hacia el interior de la mayor prisión del mundo.
De lo demás que pretende convencernos este apologista de los verdaderos muros, los de las ideologías totalitarias (muros que intenta obviar con una narratoria poco fecunda sobre una inexistente balcanización diseñada por Estados Unidos y Europa-una tesis que se desinfla sola, que no soporta el más mínimo análisis por poco riguroso que sea), cuando habla de naciones que emergen “destrozadas y hambrientas” de conflictos internos, pero no dice que fueron conflictos armados y sangrientos engendrados por la dictadura castrista con el apoyo moral y financiero del imperio más despótico y constructor de muros que haya existido: la Unión Soviética. No dice que esas naciones sufrieron ,y algunas todavía sufren, la subversión extranjera. Herrera Ysla es tan cínico-o tan temerariamente ignorante quizás-que dice que “Colombia (…) lograba controlar las guerrillas más viejas del continente mientras crecía el cultivo de plantas alucinógenas y el narcotráfico”, pero no dice que son esas mismas guerrillas (subvencionadas por el castrismo) las que controlan ese narcotráfico, y que en realidad no son guerrillas, sino grupos terroristas dedicados al pillaje, el secuestro y el asesinato. Y para colmo, dice que Venezuela ha tomado un nuevo “rumbo liberador”, cuando en realidad de lo que hablamos es de un país en el que se ha destruido la democracia, para implantar una dictadura imitatoria de los terribles destinos de Cuba.
Cuando intenta construir una mitología alrededor de la Bienal de La Habana y darle una significativa importancia a la plástica cubana, en cuanto a su trascendencia en los circuitos mundiales del Arte, provoca una infinita risa burlona. Su mascarada resulta tan burda que sólo invita a la indiferencia. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la mayoría-y la de mayor importancia artística-de la llamada “vanguardia” de la plástica cubana emigró a finales de la década de los años 80 y principios de los 90.
Anda mal, muy mal la crítica cubana dentro de la isla, si Herrera Ysla-valga la redundante coincidencia- es uno de sus más visibles representantes. Indigestado con Chomski-ese paradigma de toda la izquierda retrógrada encabezada por Hugo Chávez-, la antiglobalización y las lecturas mal descifradas a través de terceros, dice tonterías aberrantes y cae en ingenuidades propias de quien está carcomido por los límites de la insularidad geográfica e intelectual. Para muestra, un botón: "Si analizamos la transferencia de tecnologías y capitales en nuestros contextos, vemos que actúan como burbujas de cristal, torres de marfil, de aluminio, de acero, cuyo ejemplo más palpable son las maquiladoras. Por el contrario, los intercambios, la información, los cruces interculturales, en la esfera del arte se desarrollan por otras vías, entre ellas las de cara a cara”.
Herrera Isla, para quien “la globalización funciona más como escenario virtual”, expone argumentos, lanza presupuestos y suelta vaticinios para deambular como fantasma en un escenario que se ha inventado, y sólo detenerse en el infinito pasillo de los espejos, para ver el reflejo de sí mismo: un teórico del oscurantismo medieval negando el empuje del Renacimiento.
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