De lo Mala Que Está la Cosa
Caminos sin salidas Frank Correa
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - El Cardenal Jaime Ortega, máxima autoridad de la Iglesia Católica de Cuba, dijo la semana pasada que era posible que se estuvieran viviendo los momentos de crisis más difíciles del siglo XXI en la isla, y tal vez no sepa cuánta razón encierran sus palabras.
Con pasos de gigantes se retrocede hasta niveles como los vividos en 1993, con la diferencia de que en aquellos años una enorme cantidad de dinero circulaba por todo el país. La escasez de productos dio paso a soluciones que el imaginario popular conserva como emblemáticos: el bistec de colcha de trapear, el picadillo de cáscaras de plátanos y la pizza de preservativos.
Hoy la situación es distinta, no hay dinero, y muchos productos de primera necesidad como el arroz, el jabón, el azúcar, el aceite, la carne, desparecen, y sus precios se disparan. La persecución policial contra las actividades económicas denominadas ilícitas aumenta. En las empresas estatales, fuente del mercado subterráneo, han iniciado controles y auditorias que detienen el tradicional abastecimiento por la izquierda, válvula de escape histórica para paliar la crisis.
El cubano menosprecia el vínculo laboral con el Estado por falta de incentivo. La espectacular cifra de desempleados y sub empleados crece; irremediablemente les espera el delito como única posibilidad de sobrevivir.
El código penal contempla una infinita gama de contravenciones, que los padres de familias no dudarán en violar para llevar a la mesa un plato de comida, porque los niños no entienden de crisis, ni les importa el diferendo Cuba-Estados Unidos. Cuando sientan hambre, pedirán comida.
Hace unos días Jaimanitas fue testigo de varios robos inauditos, cometidos por personas que hasta ese momento gozaban de buena reputación. Según las opiniones de algunos ciudadanos, solamente la locura puede justificarlos. Las víctimas resultaron personas de alto nivel económico, privilegiados del régimen comunista, debido a que trabajan en empresas extranjeras o en entidades del turismo, y mantienen un estatus de vida muy superior a la del cubano común.
Los escamoteos fueron cometidos a la luz del día, al parecer sin mucha premeditación. Un individuo apodado Prematuro, padre de cuatro hijos y cesanteado de la fábrica de vidrio, entró en una vivienda al mediodía y robó un par de zapatos, una toalla y una mochila a un gerente del complejo turístico La Marina.
El Güije penetró por la parte trasera del patio de una mansión a la orilla del mar, propiedad de un empresario de la firma Bucanero SA, en el momento que la empleada doméstica lavaba la ropa y se descuidó. Se llevó todas las prendas que se lavaban y las que ya estaban tendidas al sol.
Pero el más espectacular de todos fue el caso de Chingle, otro desempleado y padre de una numerosa familia, quien penetró en la cocina de su vecina, famosa cantante de música salsa que estaba de cumpleaños y jugaba dominó en la terraza con sus invitados, esperando que la pierna de cerdo que se asaba en el horno estuviera lista. Chingle cargó con el asado, con una olla de viandas y la cazuela de arroz congrí.
Los autores de estos delitos fueron capturados. En Cuba es muy fácil capturar malhechores cuando los implicados pertenecen a la cúpula gubernamental o tienen contactos en las esferas de poder. Aunque el Cardenal Jaime Ortega no conoce ninguno de estos hechos, ni otros miles que ocurren a diario en la isla, cuando dice que se están viviendo los momentos más difíciles en lo que va del siglo, Prematuro, el Güije y Chingle constituyen ejemplos desesperados de los caminos sin salidas.
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