miércoles, 21 de abril de 2010

Música y Desafío

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - La palabra underground cabalga en el léxico cubano, como si “debajo de la superficie” hubiera un tsunami que emerge y sacude lo establecido. Tal vez por eso llevar las manifestaciones marginales al carril de las entidades estatales es casi un reto, al menos en la música, donde el hip hop cobra fuerza pese al esfuerzo de las instituciones, críticos, productores y funcionarios por cortarle las alas a la creación independiente con propuestas y espacios “no peligrosos”.

Si aquellos festivales de rap, iniciados en Alamar en agosto de 1995, llevaron al carril comercial e institucional a raperos, reguetoneros y otros chicos que olfatearon el filón y el peligro, quedan ovejas negras fieles a la filosofía de la calle, el barrio y el país, ajenas a coloquios, revistas, espacios radiales y estudios de grabación.

Entre los “disidentes musicales” que desafían el control y la intolerancia figuran Aldo y El Bi, el célebre grupo Los Aldeanos, que continúa “debajo de la superficie”, y usa el lenguaje marginal, pero eleva el nivel estético de la descarga urbana con discos y videos que graba y difunde de manera alternativa.

La popularidad de Los Aldeanos se debe al talento, la constancia creativa, el valor personal y a la belleza poética y filosófica de las letras de sus canciones, tan contemporáneas y críticas como la realidad que los nutre y agrede.

Quienes no han escuchado a Los Aldeanos debieran zarandear los prejuicios y buscarlos en Internet; si viven en La Habana cualquier chiquillo les aconsejará el video Revolución y los Cd Nos achicharraron, Poesía y corazón o El atropello, grabados en Calle Real 70, un estudio modesto y propio, montado en casa con equipos prestados y amigos que no cobran ni miden el tiempo.

La autenticidad, el ritmo galopante, los recursos vocales y el discurso textual convierten a Los Aldeanos en un fenómeno inusual dentro del hip hop cubano. La interacción con intérpretes como Anderson, Silvito el Libre, Papá Humbertico, El Adversario, y figuras como X Alfonso o Pablo Milanés, quien los invitó a su último concierto en La Habana, acreditan el nivel adquirido por este dúo y el impacto de sus propuestas.

Aunque Aldo y El Bi son marginados por los espacios de promoción, en manos del omnipresente y temeroso Estado cubano, sus canciones más suaves fueron escuchadas en Radio Ciudad Habana, y la televisión los acogió en Cuerda Viva años atrás, cuando obtuvieron cuatro premios con el disco Atropello y El Bi ganó la segunda competencia anual del festival Puños arriba, aunque no obtuvo el permiso de salida para asistir al evento internacional Batalla de gallo, celebrado en Venezuela.

El costo de estar al margen de las instituciones eleva el desafío de estos creadores, pero su música se consume a pesar de su discurso divergente, tal vez el más fuerte dentro del pentagrama insular. “Somos el plomo que explota”; “la voz de miles que no levantan la voz”; “no odiamos, sólo amamos otras cosas”; “el rap es guerra”, “no aguanto una mentira más”.

La irreverencia es palpable en canciones como “Me cago en los comentarios”, “Si yo fuera contrarrevolucionario”, o “Mi barrio es loco”; pero la discografía de Los Aldeanos critica también la frivolidad (Cerebro de tibor), la miseria (El señor Martínez), la desesperanza generacional (Nos achicharraron) y la fragilidad humana (El joven fantasma, Decisiones y Llorar es un lujo).

Mientras otros grupos de hip hop saturan las vías con estribillos machistas, miles de jóvenes vitorean y difunden a Los Aldeanos, cuyos textos fundan un discurso propio y atractivo, que satiriza verdades acuñadas, desde el ritmo, la poesía y la reflexión filosófica.

Por esa poética de denuncia que repica en los discos y videos de Los Aldeanos, Aldo y El Bi, salen a la superficie desde abajo, elevan el listón del hip hop y escriben sus nombres en la música cubana.

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