Leña con el árbol Caído
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Si la corrupción resulta ser la verdadera contrarrevolución, tal como afirmó hace pocos días un miembro del pintoresco grupo de nuestros perfeccionadores del socialismo, entonces queda claro que en Cuba la revolución y su contra son monocigóticas y vienen de la mano desde 1959, retroalimentándose.
Los ejemplos abruman por su cuantía y su peso, pero tal vez bastará con recordar que desde el inicio los mandamases de la revolución, llegados a La Habana sin más pertenencias que el uniforme que traían puesto, pasaron ipso facto a ser dueños de muchas de las mansiones, automóviles y otras propiedades que les arrebataban a los millonarios, digamos que revolucionariamente.
Y si este ejemplo no fuera suficiente, por pertenecer a épocas bárbaras, supuestamente trascendidas, entonces tal vez baste con hacer el conteo de los bienes patrimoniales que hoy ostentan aquellos mismos mandamases, más el costo de sus privilegios cotidianos, tanto los suyos como los de sus familiares y protegidos, para luego compararlos con la suma de sus únicos ingresos legales, es decir, sus salarios.
El resultado nos demostrará que ni uno solo dentro de la élite del poder está limpio de culpas.
Son detalles que ya conoce hasta el gato, dentro y fuera de la Isla. Por eso asombra que de pronto algún que otro intelectual cubano pierda el sueño al escuchar rumores, dice, sobre el carácter corrupto de ciertos mandamases ubicados “en altísimos cargos y con fuertes conexiones personales, internas y externas, generadas por decenas de años ocupando las mismas posiciones de poder”.
Y si asombra la actitud de estos, digamos, ingenuos perfeccionadores del socialismo, más que asombrar, consterna que sus declaraciones se conviertan en noticia de gran repercusión internacional. Como si lo que ellos venden como un descubrimiento de última hora fuese en realidad nuevo y no más de lo mismo que venimos sufriendo desde hace medio siglo, sólo que dentro de una nueva coyuntura.
Luego, además de asombrar, confunde la actitud del presunto denunciante y perfeccionador del socialismo (en este caso, Esteban Morales, académico del Centro de Estudios sobre Estados Unidos), quien, después de caerse de la mata al escuchar rumores sobre aislados casos de corrupción entre sus jefes, reacciona y advierte que “los funcionarios que se corrompen pierden sus valores y son fácil presa de presiones políticas y hasta chantajes por parte de los servicios de inteligencia estadounidenses ávidos de destruir el comunismo en Cuba”.
He aquí el quid de la cuestión: como siempre ha ocurrido, a lo largo de medio siglo, cuando un mandamás cae en desgracia en Cuba, acusado de corrupto, no es la corrupción (que siempre ha practicado, él y tantos otros) el detonante directo de su descalabro. Es que por algún motivo su conducta depravada ha tocado un límite en que amenaza o compromete públicamente al resto de la élite.
Se trata igualmente de una práctica vieja y extendida entre nuestros caciques. De modo que el denunciante de marras debe conocerla muy bien. Entonces, ¿a qué obedece su trasnochada alarma y su falta de sueño? ¿No será que es parte de una farsa, destinada, como de costumbre, a hacer leña con el árbol caído?
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