jueves, 29 de abril de 2010

De Una Polémica o de Cómo Vicente Echerri Aplastó a ALEJANDRO ARMENGOL

La ciudad de los avestruces

Parece que aún no ha llegado el momento de que todos, en Miami y en Cuba, le pidamos perdón a Elián González. Al cumplirse 10 años del asalto a la vivienda de los familiares del niño en La Pequeña Habana, se han repetido muchos de los argumentos típicos del exilio, no ha faltado la nostalgia e imperado los factores políticos, pero la reflexión y el balance crítico continúan ausentes.

Reconocer no sólo que fue un error político batallar por la permanencia del niño en Miami, sino fundamentalmente un acto de arrogancia del exilio, continúa a la espera del necesario debate.

Una aclaración preliminar. Hubiera preferido otra solución. No me resultó agradable ver la imagen del adolescente convertido en un cadete, en su papel de delegado del IX Congreso de la Juventud Comunista, y no cabe duda que ni Elián ni su familia pueden moverse libremente en la isla. Ciertos privilegios y beneficios de que disfrutan han estado acompañados de un control estricto y una vigilancia que el gobierno cubano debe justificar por la fama alcanzada por el niño y su valor simbólico, pero que también es un reflejo de la sociedad totalitaria en que vive.

Lo que pasa es que esta reacción emocional se contrapone al hecho de conocer a suficientes ex miembros de la Seguridad del Estado, ex pilotos de Migs, ex alumnos de las Escuelas Militares Camilo Cienfuegos y ex militantes del Partido Comunista de Cuba y la Unión de Jóvenes Comunistas, que viven en Miami, para no ver este hecho como algo transitorio. Quienes desearon sinceramente que lo mejor para el niño era criarse fuera de Cuba tienen por delante mucho más que la resignación y el disgusto de verlo asimilado por completo al sistema imperante en la isla.

¿Qué hubiera sido mejor para Elián? ¿Permanecer en Miami o ser enviado a Cuba? Tengo más dudas que una respuesta clara. Rechazo las escuelas militares cubanas, pero también creo que estudiar en un centro de enseñanza propiedad del delincuente convicto Demetrio Pérez Jr. no es muy atractivo. Es seguro que iba a tener la ventaja de conocer un mundo más amplio que los límites de permanecer en la isla. Pero hasta dónde pueden ser valoradas estas ventajas materiales en el desarrollo emocional del niño. Porque lo que sí resulta fundamental y definidor --en éste y otros casos-- es la presencia del padre. Y a partir del momento en que Juan Miguel González llegó a este país con su familia, debió haber quedado claro que no quedaba otra opción que la entrega del niño al padre.

Hay algo primordial en este sentido, y es reconocer que todos los que de alguna forma participamos en el caso de Elián --y en Miami la lista se extiende a la mayoría de la comunidad cubana exiliada-- teníamos el derecho de expresar nuestras opiniones pero no a otorgarnos la facultad de poder decidir su destino. Que éste era un asunto familiar y que la prioridad al respecto la tenía el padre. Es en este sentido que considero que hay que pedirle perdón a Elián. No hay justificación ante la imprudencia de inmiscuirse en la vida del niño.

El Servicio de Inmigración y Naturalización cometió el error de no devolverlo lo más pronto posible, en momentos en que la dimensión política de la tragedia estaba presente, pero dentro del contexto de la situación cotidiana cubana. Luego trató de enmendar su error --pero por razones legales y locales no pudo hacerlo con la suficiente prontitud--, y lo entregó al padre cuando ya la custodia del niño se había convertido en una causa política de gran magnitud, en Cuba y en el exilio. El gobierno de Bill Clinton actuó como le correspondía hacer, de acuerdo a las leyes, y el ex mandatario ha hecho bien al reconocer que no tiene nada de que arrepentirse.

El arrepentimiento debe venir de quienes nos opusimos a la deportación, que nos dejamos seducir por diversos factores, desde la esperanza de creer que éramos capaces de decidir un futuro mejor para Elián --lo que no fue más que un acto de arrogancia-- hasta la dimensión casi mítica que acompañó al niño.

Las palabras y los argumentos se convirtieron en un laberinto de detalles unos importantes y otros intrascendentes, donde resultó muy difícil deslindar lo valioso de lo superficial. Al final, el mito se trivializó, y en última instancia la realidad cubana fue rezagada por el entonces rostro fotogénico de Elián.

La mayor de las paradojas fue la insistencia del exilio de echar a un lado la importancia de la familia, y dar prioridad a los argumentos políticos frente a los familiares.

¿Cómo resultó tan difícil comprender, por parte del exilio, que en un país que por filosofía otorga precedencia a los valores familiares, era seguro el rechazo a una actitud en que estos derechos pasaran a un segundo plano, desplazados por criterios políticos y la posibilidad de disfrutar de una infancia con mayores comodidades y privilegios en Estados Unidos y no en Cuba? ¿Quién pudo imaginar que se viera con simpatía la opción de que el niño no permaneciera junto a su padre sino con unos familiares lejanos?

Claro que no resultaba correcto considerar a Juan Miguel González un simple padre luchando por recuperar a su hijo, pero reducir su papel al de un monigote del régimen fue un error de un exilio concebido y desarrollado en la defensa de la patria potestad. Lo peor de todo es que, una vez más, la política del avestruz se ha impuesto, y muchos siguen sin reconocer tal torpeza.

aarmengol@herald.com

Sin culpa por Elián

En los treinta años que llevo escribiendo para este periódico, muy rara vez, si alguna, he discrepado públicamente de la opinión de un colega de esta página; sin embargo, la columna de Alejandro Armengol del pasado lunes --que repite todos los lugares comunes con que se culpabiliza al exilio cubano por el caso del niño Elián González, a diez años de su traumático secuestro a manos de las autoridades norteamericanas-- me obliga a quebrantar lo que ha sido para mí casi una norma.

Creo que la mayoría de nuestro exilio tuvo razón, frente al resto de la opinión pública y a la actitud obsecuente del gobierno de Estados Unidos, en rehusar devolver a Elián a Cuba, aun cuando su padre tuviera todo el derecho natural a ese reclamo. Invalidaba ese derecho el ambiente al que Juan Miguel González, obrando como un enviado del tirano de Cuba, quería devolver al niño so pretexto de que hacía valer sus derechos de padre.

El interés que Fidel Castro y todo su aparato propagandístico habían puesto en el retorno de Elián debían haber servido de argumento suficiente para negarle al señor González la patria potestad sobre su hijo. Todos los días en Estados Unidos centenares de niños son arrancados de sus hogares y de la custodia de sus progenitores por mandato de un juez que pone en primer lugar los derechos del menor, cuyo bienestar y seguridad son de primera importancia, paramount como se dice en inglés. ¿Cómo si un niño no puede vivir al amparo de sus padres en un burdel, puede ser enviado de vuelta, por mucho que el padre lo reclame, a ese burdel gigantesco en que Cuba se ha convertido? ¿Cómo puede un juez privar a un padre de la custodia del hijo al que utiliza con fines lucrativos en un circo y permitirse que una criatura, por cuya libertad murió su madre, sea devuelta como primera marioneta a un gigantesco circo montado por Castro?

Mi colega dice que no le resultó agradable ver la imagen del adolescente convertido en un cadete comunista, ni saberlo viviendo sometido en la sociedad totalitaria a la que fue devuelto luego de unos breves meses de libertad; pero esa afirmación no pasa de ser la figura retórica de la concesión, que luego le permitirá justificar el hecho abominable y poner la culpa sobre los hombros de todos los que apoyamos la permanencia del niño en Estados Unidos, en compañía de su padre si éste así lo hubiera querido.

Pero el señor Armengol va más lejos cuando se pregunta si a Elián le hubiera ido mejor en Miami que en Cuba, reduciendo las ventajas de la vida en Estados Unidos a los simples bienes materiales, para luego equiparar las escuelas militares cubanas con la de un delincuente del exilio. La sola comparación es maliciosa. No se pueden negar los defectos y peligros de muchos centros de enseñanza en este país, pero resulta infinitamente más lesivo para la salud emocional de un individuo el que sea sometido al adoctrinamiento masivo a que se ha visto sujeto Elián, con el particular tutelaje de un Estado totalitario. Que Juan Miguel González estuviera dispuesto a que su hijo cayera en las garras de ese aparato, era razón suficiente para su descalificación: ciertamente el bienestar del menor no le importaba.

En el fondo queda la tradicional debilidad de los gobiernos demócratas frente al régimen de Castro. Pese a que los republicanos han sido igualmente incapaces de resolver la crisis permanente de Cuba, al menos han coincidido con nosotros en la satanización del castrismo: una tiranía intrínsecamente malvada que no merece los fueros de un país civilizado. Los demócratas a veces le han concedido, implícitamente, esta última categoría. El secuestro a mano armada de Elián fue un gesto hacia el régimen de Cuba y una deliberada humillación hacia nuestro exilio, algo que nosotros tendríamos que tener siempre presente a la hora de votar.

Es indiscutible que los factores políticos primaron por encima de los nexos de familia, pero gracias a la artera intervención de la tiranía que emponzoñó una relación familiar que hasta entonces había sido normal. Que tanto las abuelas del niño como su padre rehusaran reunirse con sus parientes de aquí en obediencia a los dictados de La Habana y que el gobierno de Estados Unidos lo tolerara revela precisamente la mala fe de una de las partes y la complicidad de la administración.

iez años después de los hechos, no creo que los que nos opusimos al regreso de Elián González tengamos nada de qué arrepentirnos: quisimos que ese niño simpático viviera en libertad, que es un bien fundamental sin el cual el desarrollo de un ser humano siempre será raquítico. Y el verlo ahora convertido en portavoz de ese régimen decrépito no sólo nos entristece, sino que sirve para darnos la razón. De haberse quedado aquí, pocos se acordarían hoy de él y tal vez ni haría titulares en la prensa; pero sería una persona más libre y más íntegra. Esta opinión, que muchos de mis lectores comparten, no nos convierte en avestruces que, por demás, es falso que escondan la cabeza cuando soplan las tormentas de arena.

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