lunes, 12 de abril de 2010

El Principio del Fin

Por Jorge Castañeda

Uno de los peores negocios del mundo a lo largo del último medio siglo ha sido apostarle al fin de régimen de la llamada revolución cubana.

El número de libros, ensayos, artículos, declaraciones y resoluciones vaticinando la caída de Fidel Castro es casi infinito. Esto ha sido superado sólo por la cantidad de errores de información y de análisis – a los que debemos tanta frustración para quienes el cambio de fondo o el fin del régimen constituía un deseo no ocultado.

Recuerdo una columna que publiqué en el periódico español El País y en la revista Newsweek en 1990, titulada "El viejo y la isla", casi suplicándole al "Caballo" (el apodo de Fidel) que se fuera; tal vez nos entierre a todos.

Pero a pesar de los antecedentes negativos, y de la enorme carga de los yerros pasados, es posible que la dictadura tropical empiece a escuchar por primera vez pasos en la azotea. La conjunción de tres factores justifica una nueva aventura analítica: Tal vez esta ocasión sea la buena (o la mala, según para quién).

El primer factor nuevo, o en todo caso ausente desde el "Período especial" en 1994 (cuando Cuba sufrió una caída espectacular de su economía después del colapso de la Union Sovietica, su patrocinador), es una crisis económica feroz, que ha introducido elementos de hambre y miseria en Cuba desconocidos desde aquella época.

La caída del precio del níquel (exportación mayor) y del turismo el año pasado, el estancamiento de las remesas procedentes de Miami y los huracanes en tiempos recientes han paralizado la actividad en la isla; los apagones, las terribles deficiencias del sistema de salud, la falta de alimentos producidos nacionalmente o importados principalmente desde Estados Unidos, la crisis de vivienda generalizada y la suspensión de pagos de Cuba a todos sus acreedores – amigos o adversarios – desde enero del 2009, pintan un panorama desolador.

El subsidio venezolano resulta a la vez indispensable e insuficiente: Las privaciones y las dificultades de la vida cotidiana alcanzan un grado inusitado, incluso para un pueblo acostumbrado a sufrir.

Y ya no es tan fácil echarle la culpa al "imperio": No es lo mismo George Bush o Ronald Reagan que Barack Obama, cuya popularidad entre el cubano de a pie parece ser descomunal.

Como lo han señalado muchos autores, una crisis económica más, por si sola, no va a derrocar a los Castro. Pero junto con los factores siguientes, tal vez nos conduzca a territorios inexplorados.

En efecto, a pesar de su carácter lógicamente minoritario y aislado, tanto el movimiento de los huelguistas de hambre (entre los disidentes en oposición del régimen castrista) como el de las Damas de Blanco (un grupo de mujeres de Cuba que luchan por la liberación de sus familiares, disidentes encarcelados) ha generado un elemento discordante y novedoso en la política cubana.

La muerte del albañil y preso político Orlando Zapata Tamayo, 43, colocó al gobierno a la defensiva, y canceló cualquier posibilidad de una normalización con la Unión Europea o con México, a pesar del vergonzoso cinismo del presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, del presidente mexicano Felipe Calderón, y de Miguel Angel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores de España. También el fallecimiento de Zapata pospuso indefinidamente el acercamiento con Washington.

La perseverancia de Guillermo Fariñas (un psicólogo, periodista, disidente cubano de 48 años de edad) en su propia huelga de hambre (que inició después del fallecimiento de Zapata), su rechazo a las invitaciones españolas para viajar a ese país en un avión ambulancia, su creciente carácter de líder opositor elocuente y centrado, además del claro altruismo de su causa (no es un preso político, pero suspendió el consumo de agua y alimentos para obtener la liberación de los que sí lo son) le dan un relieve interno y externo que pocos disidentes habían logrado.

Si se confirman las noticias sobre Darsi Ferrer (médico y disidente preso), 40, y el opositor Franklin Pelegrino, 38, —dos nuevos huelguistas de hambre que se unieron en solidaridad con Fariñas el 30 de marzo— y si se complicara el cuadro médico del propio Fariñas, los acontecimientos podrían tomar un giro insospechado.

Las Damas de Blanco han producido una expectativa semejante. Llevan años marchando y yendo a misa cada domingo buscando la liberación de sus familiares, presos políticos detenidos en el 2003 y con posterioridad. Pero de repente sus esfuerzos han cobrado un nuevo ímpetu.

Por un lado las autoridades ya no pueden impedir las marchas; por el otro, tampoco desean que tengan lugar libremente. Han optado, con la clásica picardía cubano-castrista, por un ardid ingenioso y malévolo. Esto es echarle encima a las Damas turbas revolucionarias semioficiales, y resguardar a las Damas con fuerzas del orden que las protegen de posibles agresiones... procedentes de las turbas semioficiales. Pero las multitudes conformadas por las Damas, los agresores, los cuidadores y los espectadores han sido captadas en fotografías que le han dado la vuelta al mundo por los medios de noticias y la Internet. Lo que no sabemos es si junto con el martirio de Zapata y el reto de Fariñas, le hayan dado la vuelta a Cuba.

Hasta hace muy poco, seguramente no hubiera sido el caso. Una de las grandes fortalezas del autoritarismo cubano consistió en el aislamiento de los opositores, y la ignorancia en la que mantenía sumida a la población cubana. Nadie se enteraba de nada, salvo por la versión truncada de Radio Bemba, una transmisión de boca a boca basada en la tradicional locuacidad cubana.

Pero en esta ocasión, en parte debido a la pequeña rendija abierta por Raúl Castro en materia de celulares, Internet, llamadas telefónicas desde Miami, un pequeño aumento en los viajes de familiares en Estados Unidos gracias a Obama, resulta más difícil saber qué saben los cubanos. Es posible que ahora sepan mucho más que antes.

Lo que sí todos saben, sin lugar a dudas, es que Fidel ya no lleva los asuntos del día a día.

He aquí el tercer factor. El comandante jamás hubiera permitido que un asunto como el de Zapata se le saliera de las manos: O lo libera antes de que iniciara su huelga de hambre, o lo fusila, o lo condecora, pero nunca se habría visto arrinconado como sucedió con su hermano menor (Raúl).

Sería lo mismo con Fariñas, con las Damas de Blanco, y sobre todo, con los posibles efectos de la simultaneidad de una debacle económica y un incipiente movimiento de protesta.

Esta vez, no estará Fidel para dirigirse al Malecón de La Habana como en agosto de 1994, en pleno éxodo de los balseros, para confrontar a un nutrido —– allí sí—– grupo de manifestantes y doblegarlos con la magia de su verbo y de su aparato de seguridad.

Raúl Castro es incapaz de semejante faena. Carece por completo de los instintos políticos que le permitieron a su hermano durante medio siglo detectar a opositores en potencia antes de que ellos mismos se les ocurriera serlo.

La pradera esta seca. La chispa, minúscula, existe. Los bomberos están agotados. Y la única tabla de salvación — ubicada en Caracas— puede hundirse en cualquier momento.

Esta conjunción de factores se antoja inédita en la historia del castrismo. Puede ser una llamarada más, o el principio del fin.

TOMADO DE IMPRE.COM

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